Viajar por el Mar Mediterráneo es garantía segura de satisfacción. El Mare Nostum de los romanos fue también mar entre tierras para los griegos, el Mar Intermedio para los árabes, el Mar Blanco para los turcos y el Gran Verde para los egipcios. Un mar intemporal rodeado sucesivamente de imperios cuyas culturas fueron la cuna memorable de nuestro occidente europeo y allende el mar.
Una de estas potentes civilizaciones tuvo su vida en el Mar Egeo, submar del Mediterráneo. Atenas, sus islas y hasta la sombra griega en la Turquía insular gozan de una especie de plaga de restos arqueológicos de imposible tratamiento. Cualquier obra pública, la más mínima excavación para construir un cimiento pone al descubierto un pasado presente ante el que es imposible dejar de mirar.
La acrópolis, a pesar de estar rodando por el suelo, es como una aparición visible de día y de noche desde cualquier ángulo de la ciudad. La noche de la primera luna llena de agosto las autoridades atenienses permiten la entrada nocturna y gratuita a todo visitante que se quiera acercar. Una impresionante riada de gentes en formación asciende, rodea y baja por tan monumentales restos. Rostros impresionados y silentes admirando la iluminación solar de los edificios semiderruidos, como en una aparición, pero que nadie se agache porque el pitido de un vigilante sonará para evitar que sin darse cuenta se lleve ni un guijarro del suelo de la Acrópolis.
Una maravilla que los próximos visitantes no podrán contemplar in situ es la Tribuna de las Cariátides en el templo Erecteión. Las mujeres columna soportan desde le siglo V el entablamento jónico y simbolizan a las mujeres esclavizadas en las batallas contra el perpetuo enemigo persa. Desde hace unos días se las está trasladando al nuevo Museo de la Acrópolis para evitar su progresivo deterioro (?).
La ciudad entera gira en torno a lo viejo, a su historia, el turismo es un factor de ingresos nada despreciable. Los atenienses son amables y silenciosos. El nivel de vida es más bajo que en España, nuestros euros cunden más. El entorno urbano está muy limpio pero el tráfico es ruidoso y contaminante, no hay señalización horizontal y los semáforos parecen estar de adorno, cada cual se busca la vida para cruzar las vías, lo mismo hacen los conductores. Los taxistas atenienses son una especie de raza aparte, podemos encontrar aparcados cincuenta taxis o más en torno a Monastiraki (corazón de la antigua Atenas otomana y bullidero turístico) y ninguno se presta a viajar o si lo hace el sablazo no acordado previamente puede ser, como todo en Atenas, monumental. Sin embargo hay seguridad en las calles, de día y de noche.
Después de una larga jornada entre museos, templos y estadios, hay que degustar la rica gastronomía típica mediterránea en el barrio de Plaka, que no falte el yogurt ni el pescado frito con el buen vino griego, pero antes una copita de Bouzo de aperitivo. Un local de danza griega a ritmo del Bouzouki nos acaba de introducir en el obnubilante mundo de Zorba el Griego, ya no se rompen platos más que testimonialmente.
Como una parte importante de Grecia, histórica y actual, es insular no se puede prescindir de navegar (el barco en el que navegamos Sea Diamond ya no volverá a dejar su estela en la mar, se hundió poco después de dejarnos en tierra). Los nombres de las islas nos suenan familiares, Lesbos (origen del término lesbiana porque en aquella isla solo vivían mujeres sacerdotisas), Rodas, las Cícladas, pero sobre todo y por encima de todas las preciosidades resalatan Mykonos y Santorini. Paisajes naturales y urbanos bajo una sorprendente luz. Actualmente objetivo prioritario del turismo de cierto nivel ven crecer multitud de tiendas, galerías de arte, comercio de joyas, artesanía y pieles. Todo bajo un clima inmejorable.
Para remate de viaje hay que llegar hasta Kusadasi, en la Anatolia turca, para ver las ruinas de la antigua ciudad de Efeso. La ciudad de mármol en la que vivían los comerciantes griegos más ricos, unas doscientas cincuenta mil personas pero con capacidad par albergar más de un millón en los reclamos festivos y deportivos. Se encoge el corazón al ver tantísimo arte rodando por el suelo. El guía golpea con soltura y sin recato la cara de un diosecillo en una preciosa estela, con ese trato no se sabe cuantas visitas más aguantará con nariz. Parece imposible el estado de permisividad en el recinto, aquí no solo se permite agacharse, también subirse en los capiteles tallados, abrazarse a las estatuas para la foto y hacer equilibrios sobre los fustes de las comunas caídas. Hace falta mucho dinero y mucha conciencia aún. Si los USA lo pillaran, y es que tiene más el rico cuando empobrece que el pobre cuando enriquece. “Periódico CARRION, 1ª quincena de noviembre de 2007”