Tomando éste último aserto como punto de partida, entendemos que o bien se condena el franquismo como etapa funesta para todos los españoles o si no la memoria ha de mantenerse para todos. Ningún demócrata se opone a que la Iglesia Católica beatifique a cientos de «sus hijos» cada poco tiempo. Un ejército de biógrafos en constante movimiento investigan, recaban datos, hilan y confeccionan relatos sobre las vidas de quienes están llamados a ser los objetos de culto y devoción para los creyentes. No hay nada que cunda más y una mejor en la liturgia cristiana que una santidad local y cercana.
Casi quinientos «mártires de la persecución religiosa acaecida en España durante los años de la II República y la Guerra Civil» serán elevados a los altares en pocos días, casualmente coincidiendo con el 25 aniversario de la primera mayoría absoluta del PSOE, en pleno debate de la tan esperada por los demócratas Ley de la Memoria Histórica, en vísperas del comienzo de una campaña electoral y calificando el evento como «el mejor aliento para fomentar el espíritu de la reconciliación» en España, mientras que simultáneamente las mismas fuentes episcopales tachan de «miserable y mezquina» la interpretación política de tanta coincidencia.
En una cultura la nuestra que nunca ha experimentado la separación real de poderes civiles y eclesiásticos, bajo el peso de una tradición que lo ha impregnado todo, desde el lecho de nuestros padres antes de concebirnos hasta nuestra tumba y más allá, pasando por el control de las mentes, de lo que debemos o no pensar y por supuesto hacer. Una cultura de ordeno y mando, autoritaria, amenazando con las penas del infierno, pero sobre todo con el ostracismo y la mortificación social para los rebeldes, tiene fácil recurrir a los mismos soniquetes de siempre, porque los sones suenan a conocidos, solo con gestos, casi sin instrucciones concretas.
Utilizando el fielato a la limón, la Iglesia oficial con sus santos, la derecha ultraconservadora con la amenaza de una España que se rompe, ambas se sacuden las pulgas y dicen que no tienen que ver con nada. Pero hablan los portavoces de una iglesia y de un PP cada día más divorciados de la otra iglesia, la del Evangelio, y de la otra derecha, la pacífica, y alejados por supuesto, a años luz del bienestar y la libertad de los españoles que no entra para nada en sus planes.
Los que nunca serán santos, los cruelmente asesinados por sus ideas democráticas, o simplemente por capricho del poder despótico, también tienen derecho a sus altares, aunque sean de papel, testimoniales, aunque solo sea en el recuerdo de los suyos, por justicia. «…no hay futuro sin memoria». «Diario Palentino, 14 de diciembre de 2007»
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