«Cuatro años son casi nada para intentar poner en marcha todo aquello en lo que creemos y confiamos»
Vivimos en un mundo trepidante de cambio, conflicto y velocidad. No acabamos de ver una película en la tele sin que nos pasen un misterioso «últimas noticias» en una franja de letras que se deslizan sobre fondo rojo. Queremos estar informados, lo demandamos, es una forma de mantenernos seguros en el entorno que habitamos.
En algunas ocasiones tenemos la sensación de que la actividad de lo público es demasiado agitada, como a contrarreloj, imputados que entran y salen de las comisarías, leyes que manan y emanan de los legislativos autonómicos y centrales, organismos internacionales que se reúnen, acuerdan y suscriben, movimientos de población que huyen de condiciones extremas, fenómenos climatológicos que modifican la faz de la tierra. Todo cambia, nada permanece, que decía Heráclito de Efeso.
Y es que al margen de lo imprevisto, sobrevenido y fortuito, en lo que a la mano del hombre corresponde aportar soluciones y bienestar, no podemos perder comba. Tal vez solo hay un momento para cada decisión, para resolver un conflicto o conseguir un avance. Y encontrar el camino adecuado en ese preciso momento que pasa y no vuelve, es especialmente importante en la tarea política. Hay un mismo intervalo de tiempo para declarar una guerra que para tratar una solución pacífica, es cuestión de un instante. Precisamente la opción elegida hablará por nosotros, dirá quienes somos y lo que pretendemos.
El reflejo en el mundo político es igual de contundente. Cuatro años no son casi nada para intentar poner en marcha todo aquello en lo que creemos y confiamos. Los gobiernos deben aplicarse para aprovechar el intervalo y ver al menos, como comienzan a crecer los frutos de la siembra, porque está muy claro que lo hecho, hecho está y será muy difícil deshacerlo, sobre todo cuando afecta positivamente a un gran número de personas.
Las ideologías, como toda forma de pensamiento, buscan su lugar y su momento para realizar sus objetivos. A estas alturas de curso democrático los españoles sabemos distinguir muy bien entre unos, otros y los de más allá. Sabemos que en el pensamiento progresista los avances sociales en libertad y solidaridad son prioritarios, que el bienestar de la sociedad pasa por el bien estar de todos y cada uno de sus miembros, sean como fueren. Llegado el turno los elegidos deberán sacar pecho y esforzarse en cumplir su misión valientemente y sin temor, porque ningún gobierno conservador que venga detrás se atreverá a darlo la vuelta.
Recordemos la tan vapuleada Ley del Divorcio y lo muy utilizada que ha sido luego por importantes personajes de la derecha española más conservadora. Recordemos también la anatemizada Ley del Aborto que permitió a todas las mujeres hacer lo que antes solo practicaban las adineradas conservadoras bajo misterioso sigilo y por capricho inconsecuente después de una noche incontroladamente loca. Recordemos los exiguos incrementos de pensiones, becas estudiantiles y ayudas de inserción en el tiempo de los gobiernos conservadores. Suele pasar que no tenemos memoria y la buena vida se nos confunde en el recuerdo como si estuvo ahí siempre.
Lo mismo ocurrirá un día con el reconocimiento de los matrimonios homosexuales ¿o es que acaso el Partido Popular ha prometido su derogación?, por el momento más un destacado político de esa formación lo ha utilizado ya. ¿Molesta a la derecha de éste país que se presten ayudas a la maternidad, a la discapacidad, a la emancipación de los jóvenes?, que lo digan alto y claro. ¿Qué hicieron por el bienestar social?, nada. ¿Derogarán estas medidas si gobiernan un día?, no.
Entonces está muy claro. Los avances sociales vienen siempre de la mano de gobiernos progresistas, y estos deben darse maña para dejarlo atado y bien atado en el tiempo que les presta su intervalo. Siempre esos logros se han mantenido en la sociedad, nunca han dado marcha atrás, y siempre hay que avanzar más. «Diario Palentino, 7 de octubre de 2007»