Un planeta enfurecido

«A los habitantes de las zonas del bienestar todo lo que no esté claramente explicado y documentado, controlado y medido, nos causa desazón e inseguridad»

Si la tierra es un planeta vivo, lógico es que cambie, que evolucione, al igual que lo hacen los seres vivos que la habitan. Desde  el supremo orgullo del hombre y desde su afán por dominar todo lo que cae bajo su mano, no cabe comprender como la tierra osa desmandarse y decidir de motu propio sufrir un calentamiento global y amenazar el sistema sobre el que se asienta la ¿civilización? bípedo-racional. Y es que a estas alturas de endiosada soberbia nadie en su cabeza se plantea que no todo está en la mano humana.

Que la superficie de la tierra ha ido registrando mayores temperaturas durante los últimos años es algo que se viene midiendo y comprobando por la comparación de  cifras tomadas desde hace ciento treinta años, pero concluir que el efecto tiene procedencia en conductas de consumo del grupo humano todavía nadie lo ha certificado.

A los habitantes de las zonas del bienestar todo lo que no esté claramente explicado y documentado, controlado y medido, nos causa desazón e inseguridad. Oímos a diario noticias más o menos curiosas, comentables, pero caen a cuentagotas parecen no sumar desazón, hasta que una mañana alguien hace un resumen anual de desastres, y es entonces cuando nos echamos las manos a la cabeza y comienza nuestro interés, nuestra preocupación por saber hasta donde puede llegar el criterio propio y descontrolado del globo terráqueo que nos aloja.

En lo que va de año, y estamos a poco más de la mitad, ha nevado en Argentina y en Sudáfrica, por el contrario se han asfixiado de calor en la Europa Oriental, Cuba ha decretado estado de alerta ante el avance del huracán Dean que acaba de azotar Las Antillas, las inundaciones y lluvias torrenciales han causado centenares de muertos y más de cincuenta millones de afectados en Irán, India, Nepal, Pakistán, China,  Inglaterra y Uruguay.

Como siempre ocurre cuando no hay nada claro, las conclusiones sobre el análisis de las causas no son unánimes, sobre todo en lo que a intervención del hombre se refiere. Desde su achaque a la contaminación, el derroche, o la depredación de recursos por un lado, hasta considerar que se trata de una simple evolución natural de los elementos que ha tomado esos derroteros. Todos los ciudadanos de a pie tenemos tendencia a opinar  sin datos ni conocimientos adecuados, por decir que no quede, pero es que no hay claridad porque ningún experto se atreve a poner la mano en el fuego a favor de una tesis sobre las causas ni por una propuesta de resolución del problema. Menos mal que no han aparecido los santones y pregoneros oportunos adjudicando los males a los pecados cometidos por la humanidad.

El terremoto de Perú nos ha desbordado, más de quinientos muertos en dos días, y sobre la posibilidad de réplicas no está dicha la última palabra. Cuando la mala suerte se ceba sobre las zonas más pobres del planeta a la incertidumbre se suma la desazón, porque detrás del momento álgido vienen los dramas personales y familiares subsiguientes que ya no serán objeto de atención periodística ni de difusión mundial, tan solo pertenecerán al mundo íntimo de lo sentimientos, del dolor y de las soledades. La pregunta eternamente incontestada del porqué a mí, quedará siempre en el aire sin respuesta. Mala suerte. Sitio equivocado, momento equivocado.

Omar Daddour, en nombre de la World Meteorological Organization dependiente de Naciones Unidas, ha emitido un informe nada alentador, en el que además de resumir las catástrofes meteorológicas en lo que va de año, advierte que «Todos estos fenómenos serán cada vez más frecuentes». «Diario Palentino, 19 de agosto de 2007»

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