«De forma inteligente nos hacen ver que ahorramos comprando algo que no íbamos a comprar y que tal vez ni siquiera consumamos»
Vuelvo estresada del supermercado, mi cartera se llena de papelitos con ofertas y descuentos como para formar un puzzle. Por si fuera poco tener que programar, buscar, elegir, embolsar, acarrear y cocinar la comida familiar cada semana, sin contar el pan y los «remedios» cotidianos, ahora resulta que nuevos instrumentos de venta del mercado nos quieren obligar a hacer cábalas y dedicar un plus de tiempo y concentración para preparar la lista de la compra.
Porque sí compras helados antes de fin de mes te harán un diez por ciento de descuento, y sí adquieres conservas un cinco, pero si haces una compra por importe mayor de cincuenta euros te ahorrarás cinco, siempre que lo hagas antes del día veintiocho, es decir cuando todos estamos «tiesos» a fines de mes esperando que nos ingresen la nómina.
Pero nunca se ha visto que las empresas vendedoras miren por la ganancia neta del cliente, cierto es que los buenos vendedores quieren clientes satisfechos para que vuelvan y compren más, es la ley del mercado, pero con las ofertas lo que pretenden es engancharnos y tenernos pendientes de gastar ese vale con fecha caducidad, porque cuando vas no solo compras la oferta sino que al paso llenas el carro de productos mas o menos innecesarios, mas o menos de capricho compulsivo, y en ese margen has gastado muchísimo mas que lo pensabas ahorrar con el regalito del vale. El beneficio anunciado se pasó al lado contrario.
Si en cada establecimiento solamente compráramos las ofertas tendrían que cerrar por ruina. Las promociones son el gancho para que vayamos, después una vez en el interior la compulsividad consumista hace el resto, como el trineo se desliza suavemente haciendo carril en la nieve, imposible de detener la trayectoria, un camino sin retorno, un destino no disponible para nuestra voluntad, nos convertimos en seres enajenados. Nuestro pensamiento es el contrario del de Diógenes de Laercio, y sin darnos cuenta caemos en la trampa. Hay tantas cosas en el mundo que al parecer pueden hacer nuestra felicidad que olvidamos la lista de la compra, los buenos propósitos y la dieta sana, llenamos la bolsa de lo que sea mas atractivo a la vista, al gusto, al olfato o simplemente por el colorido del envase o por el anuncio de la tele. Comprar genera endorfinas y otras hormonas del placer. Sucumbimos.
Sí abres el buzón de correspondencia te encuentras casi a diario media docena de catálogos adaptados para la temporada, desde libros escolares hasta bañadores, pasando por los artilugios de jardín y sin olvidar los alimentos y el pan nuestro de cada día. Parece que las ofertas presentadas a fin de mes para los primeros días del siguiente crean más ansiedad y ganas de comprar porque el estar «pelados» y haber consumido las previsiones nos causa desazón, de modo que guardamos con esmero ese catálogo publicitario con tantas cosas «que tanta falta nos hacen» y «nos harían tan felices».
Pero tengamos en cuenta, y con todos mis respetos hacia los profesionales, que en cada compra innecesaria estamos pagando el sueldo de cientos de miles de expertos que en todo el mundo tienen como único objetivo estudiar, analizar e inventar como vendernos cosas que no necesitamos, aquella comida de oferta que no acostumbramos consumir a la que nunca la llegó la hora, se nos caducó en el arcón y fue enterita a la basura, o discurriendo como llenar nuestros armarios para que compremos luego más armarios, mientras tanto el piso se nos queda pequeño y queremos uno más grande para poder tener y meter más cosas, al mismo tiempo que se nos vacía la cuenta del banco y acabamos con la tranquilidad propia y familiar porque debemos trabajar más horas para generar mas dinero para poder comprar mas cosas y pagar al banco los créditos.
La chica guapa, ubicada con una mesuca portátil en una esquina estratégica del pasillo de más paso, nos ofrece amablemente una degustación de caldo concentrado o salchichas alemanas al mismo tiempo que nos hace una oferta insoslayable, podemos ahorrar hasta un treinta por ciento, es decir, veintidós céntimos de euro por envase, y de forma inteligente nos hace ver que ahorramos comprando algo que no íbamos a comprar y que tal vez ni siquiera consumamos. Porque una cosa es ir al «super» con hambre y que todo te sepa bueno y otra cosa muy distinta es llegar a casa y que a alguien le guste cambiar la costumbre alimentaria y tradicional familiar, sobre todo en el caso de los pequeños.
La compra premeditada, organizada concienzudamente y efectuada con la debida fuerza de voluntad para no improvisar al socaire de ofertas y caprichos, es la compra económica más efectiva y eficiente, la que a la larga produce el bienestar familiar mantenido y la posibilidad de hacer granero disponible para otros usos más placenteros. «Periódico CARRION, 1ª quincena de julio 2007″