«En la confianza de que haga lo que quiera o diga lo que le parezca es el producto triunfante de una inercia sociológica»
El discurso de un político debe estar dotado de un contenido mínimamente serio, porque quién escucha espera obtener información para formarse una idea de lo que encarna, pretende y promete obtener el orador, en su nombre o en el de la formación que representa.
El discurso de toma de posesión de un dirigente democrático se constituye como un anuncio de lo que intentará conseguir, pero también como un corsé al que tendrá que someterse durante todo el periodo que abarque su mandato.
Además su texto y su contexto se guardarán en la memoria de las gentes, y en caso de involuntarios olvidos serán los grupos de la oposición en el legal juego democrático quienes se encargarán de velar por el recuerdo, para que la opinión pública valore el grado de cumplimiento o desviación de los objetivos enunciados.
Un buen discurso para entrar en el cargo con buen pie abrirá muchas puertas en la confianza de los ciudadanos que dependen de ese gobierno. Debe constituir en sí mismo un acontecimiento digno de comentario e interpretación. Un discurso vacuo, flojo o lacrimógeno nunca despertará ilusiones ni expectativas de que algo bueno nos deparará el destino en las manos del orador de turno.
Y esto precisamente es lo que nos ha ocurrido con la reciente breve y llorosa alocución con la que nos ha obsequiado hace unos días nuestro Presidente de la Comunidad a su llegada a la nueva y lujosa sede de las Cortes de Castilla y León (que por cierto nos ha costado más de setenta y cinco millones de euros para que estén cómodos nuestros representantes autonómicos. Esperemos que no se acomoden demasiado y se les olvide a lo que iban).
Llegó Juan Vicente Herrera sin pan debajo del brazo, más bien cargado con los tópicos de siempre, los que acostumbra esgrimir a diario durante los mandatos anteriores. En menos de quince minutos administró sus palabras y se despachó placentero, en la confianza de que haga lo que quiera o diga lo que le parezca es el producto triunfante de una inercia sociológica basada en la longevidad y el conservadurismo tradicional de la población natural. No añadió nada nuevo, no bajó a la arena de la gestión ni de las promesas, se confesó católico, recordó al primo fallecido, pidió permiso y perdón a su familia y haciendo uso descarado del recientemente descubierto filón emocional, apeló al sentimiento, a «las tripas», a las emociones fáciles para ganar simpatías, como en los culebrones.
No entró el Presidente a torear con la falta de crecimiento industrial equilibrado, ni con la huída de los jóvenes preparados en busca de un destino laboral razonable, ni con el desequilibrio interterritorial en el seno de la propia comunidad; tengamos presente que Castilla y León se gobierna desde Valladolid y casi exclusivamente para Valladolid. Nada dijo de la desastrosa ordenación de nuestro territorio en el que miles de pequeños municipios en preocupante declive demográfico se debaten entre un atraso de los servicios y una escasez de recursos inapropiados en un país europeo y democrático del siglo XXI.
Nada contundente tuvo el Presidente para las mujeres, muchos menos para las que sobreviven contra viento y marea en nuestro duro mundo rural. Debió entender el Presidente que el pleno empleo es ya un logro conseguido, cómo los demandantes se van a buscar trabajo a otras comunidades tal vez sea cierto, una promesa ya cumplida. Penosa lectura y aviesa interpretación, hiriente para nuestros jóvenes «exiliados laborales» contra su voluntad.
El discurso acabó enseguida, los silencios no comprometen. Preparar discursos tampoco es su fuerte, recordemos que hace unos años los periodistas se sintieron molestos porque en dos ediciones consecutivas largó idéntico discurso, palabra por palabra, con motivo de la inauguración de la Feria de Muestras en Valladolid. Y es que sabe que goza del voto estructural e incondicional y lo aprovecha. ¡Eso es un líder con carisma¡ «Diario Palentino, 1 de julio de 2007»