«Lo que se debate en los foros europeos tiene una trascendencia futura incalculable»
Desde tiempos del Imperio de Bizancio la vieja Europa acostumbra a ponerse a hablar del sexo de los ángeles cuando mayor es la amenaza externa.
Los españoles llegamos a la unión continental algo tarde, la larguísima dictadura no permitió coger el tren antes, cuando lo hicieron el resto de los países europeos de nuestro entorno cultural y geográfico. Fue bajo el gobierno de Felipe González cuando por fin nos integramos en la historia que nos correspondía por derecho propio, y si bien es cierto que hemos apurado los tiempos y esfuerzos para ponernos al día, aún no estamos en la cabeza de las decisiones ni tenemos el peso específico de las grandes potencias europeas que todo lo controlan, o por lo menos lo pretenden. No olvidemos el paso atrás que en políticas europeas sufrimos con los gobiernos del Partido Popular bajo el pertinaz empeño de su líder Aznar de ponernos mirando a USA y de espaldas a los nuestros de siempre.
A priori la cumbre europea que se acaba de celebrar parece no tener el importante calado que debiera en la opinión pública española, hay otras preocupaciones de régimen interno, no menos importantes por supuesto, pero que lo son más a corto plazo, como el recalcitrante tema del terrorismo y la hiriente maldad del terrorista más ansioso de portadas mediáticas.
Sin embargo lo que se debate en los foros europeos tiene una trascendencia futura incalculable. La vieja Europa debiera haberse constituido junto con los EEUU como una potencia internacional a la cabeza del liderazgo mundial. Lo que nació como una unión comercial, industrial y de defensa militar y nuclear tuvo que transformarse en un todo global a nivel planetario, pero estamos perdiendo el tiempo.
Los países europeos se miran el ombligo cada día mas fijamente, mini idiosincrasias territoriales están desmembrando el continente. El territorio de Los Balcanes, mal endémico y belicoso protagonista permanente en los manuales de historia, continúa su latencia después del último enfrentamiento cuya resolución no satisfizo a nadie. Rusia, la inmensa y empobrecida Rusia, quiere tener su protagonismo detrás de todos los tinglados, quiere intervenir en el futuro de Kosovo y padece las iras del odio eterno de los polacos.
Los clones polacos a su vez constituyen un espectáculo sin precedentes. Mientras uno negocia con la canciller alemana Ángela Merkel, el otro declara a la prensa lo que le parece bien. Polonia se siente defraudada en el trato que le da la Unión Europea y quiere más. Lo que no cuenta es el dictado que entre bambalinas le dictan los USA, amigos, socios y protectores de un país geográficamente tan vulnerable a las ocupaciones extranjeras como atestigua su propia historia nacional.
Lo cierto es que la famosísima Carta Magna europea disgustó a franceses y holandeses que la repudiaron, ahora hay que encontrar una entente. Los ingleses como siempre tocando los cataplines, no van a conseguir que se toque un ápice la libre competencia, algo que perjudica a la sociedad francesa. Los alemanes no pararán hasta conseguir más poder de decisión.
Pero estos detalles que recogen todas las agencias de noticias son el humo que esconde el verdadero fuego. Mientras los europeos nos entretenemos en disquisiciones internas y nacionalismos paranoicos, se van formando las grandes futuras potencia que junto con los EEUU están llamados a controlar el mundo mundial a través de su poder industrial, comercial y demográfico. China e India, esos aparentes inofensivos países llenos de gentes hambrientas para las que aportamos unas miguillas de sobrante de nuestros platos a través de las onegés y otras hierbas, se están convirtiendo en las verdaderas fuentes de poder y subsiguientemente de dominio planetario.
Que siga la fiesta de la discusión por el metro de lindera o la incomprensible minilengua, que mientras tanto nos están llevando a cazadas las empresas productoras de riqueza, de puestos de trabajo, de dinero en movimiento, las cotizaciones en bolsa y todo lo que puede suponer recursos para generar bienestar, además del poder, por supuesto. El din y el don suelen llegar a caminar a la par. «Diario Palentino, 24 de junio de 2007»