«Una traición del destino en plena noche, en medio del sueño mas profundo, un golpe de azar inmerecido»
Al analizar los siniestros colectivos que se producen periódicamente y en diferentes lugares del planeta, encontramos un elemento común que nos llama la atención: siempre ataca en mayor medida y con mayores efectos destructivos a quienes menos tienen. Ciclones, maremotos, guerras, movimientos geológicos y todo tipo de catástrofes naturales y eventuales se dan con una frecuencia y un contenido perjudicial mayor en zonas, lugares y localizaciones donde generalmente se ubican los pobladores con menos recursos materiales.
Sería mucho decir, como alguien ya enunció, que Dios no está con los pobres o al menos actualmente parece estar un poco alejado de esta clase social, a juzgar por los posicionamientos de sus portavoces togados de terciopelos y púrpuras con insistente voz radiofónica.
Pero al margen de consideraciones espirituales, lo cierto y hablando en términos de ciencia y materia es que la proporción de perjuicios es directa a la calidad técnica de la construcción, no en vano se alaba algo diciendo que tiene buenos cimientos o que está bien estructurado. Si una edificación está sustentada en una buena estructura y erigida con buenos materiales sobre solvente cimentación, sufrirá un daño infinitamente menor que una casa de papel de arroz que se lleva el viento.
Las llamadas viviendas sociales han padecido siempre del «mal del bajo coste» en los materiales y en la construcción, del escaso interés en su transcendencia futura, por no hablar de un mínimo estético inimaginable. Sus promotores y constructores se limitaban a revestirlas de más o menos bonitos y floreados acabados decorativos a base de pintura y alicatados para esconder el poco cemento y la mucha arena que albergaban sus elementos estructurales, así como la falta de intimidad en constante conversación compartida involuntariamente con los vecinos de ambos lados de tabique.
Cuando ocurren estas desgracias se ve por dentro la tramoya teatral característica de coge el dinero y corre, montaje que no aguantó hasta el final de la representación, como viene sucediendo en diversas ciudades españolas y cada cierto tiempo. Es pues menester comenzar a exigir con rigor a los contratistas y adjudicatarios de todo tipo de viviendas, de promoción pública o privada, un esmero técnico decidido, asegurado y justificado en el proyecto y en la ejecución de la obras, aunque vayan a ser destinadas a viviendas sociales, los floreros ya les pondrán sus moradores después. Normas de calidad existen, luego es preciso disponer de moral suficiente para cumplirlas. Porque un bolsa de gas o una bombona, o un escape o un descuido puede producir un daño mínimo en un inmueble bien construido o una catástrofe como la que hemos padecido en una apariencia fantasmagórica de vivienda habitable.
Y en las escalofriantes escenas que hemos podido presenciar a lo largo de esta semana, han desfilado ante nuestros ojos gentes que abandonaron sus países de origen en busca del paraíso y pierden a sus seres queridos, ancianos y ancianas que han visto volar con la explosión todos los enseres que poseían y los recuerdos de toda su vida. Y quedarán las secuelas que tardarán tiempo en diluirse porque no desparecerán, el terror a que se repita, la incertidumbre ante un futuro incierto, verse en la calle con lo puesto y el aturdimiento que no se pueden sacudir, una traición del destino en plena noche, en medio del sueño mas profundo, un golpe de azar inmerecido, y a continuación la eterna pregunta ante el duro contratiempo: ¿Porqué?
Y como nota positiva en medio de este nuestro tiempo de campo de batalla político-mediático-eclesiástica, una colaboración común, todos a una en el dolor, en el apoyo, en la coordinación, una verdadera tregua querida, sentida, como una corriente desplazándose por un cauce sin escollos, del brazo, casi irreal. Tal vez de la desgracia acaben naciendo buenas conclusiones, para compensar. «Diario Palentino, 6 de mayo de 2007»