«Cada cabo de año hacemos repaso y recordamos, como lo vienen haciendo nuestros ancestros»
Cuando el homínido tomó conciencia de lo pequeño que era su ser frente al universo inmenso, interminable, desconocido y temible, comenzó a poner jalones en el camino para no perderse en la infinitud.
Tal vez comenzara primero por contar y distinguir las noches y los días, como hiciera Robinsón Crusoe en su isla solitaria. Más tarde los agrupó formando unidades mayores y le salieron los meses, después, en un avance ulterior contó por años y fue cuando se dio cuenta de que su existencia era limitada, finita, terminable en cualquier momento y por cualquier circunstancia o contrariedad en su accidentado subsistir.
Aquel temor a la soledad existencial ante lo inmenso, aquella angustia de perderse en las magnitudes del tiempo y del espacio se transmite de generación en generación, se incorporó a la genética humana y nacemos ya con esa sensación de vulnerabilidad ante lo que nos supera en tamaño y desconocimiento.
Sobre lo ignoto siempre se cierne la sospecha de algo amenazante. El temor a no estar preparados para afrontar lo que venga nos crea cierta zozobra. A los bípedos humanos no nos gustan las sorpresas desagradables, casi podíamos decir que no nos gustan las sorpresas en general porque nos obligan a inventar, a improvisar, a crear remedios y respuestas, a abandonar la cómoda mecánica conocida y a cavilar. ¡Ojo! la verdad es que pensar es duro, a veces hasta duele.
Y no solamente hemos encasillado el tiempo, también el espacio. Vivimos en cajitas limitadas, entre paredes, donde guardamos nuestros tesoros mas preciados, la familia, los niños, la intimidad, la libertad de poder hacer o decir, la independencia ante la mirada de observadores extraños. Acotamos una pequeña porción de ese gigantesco universo que nos rodea y nos aislamos en él durante determinadas porciones de tiempo que tomamos del común. Lo convertimos en nuestro pequeño y particular mundo.
Pero también nos da seguridad llamar a las cosas por su nombre, poner coto a lo desconocido identificándolo, nombres para las personas, para las cosas, para profesiones u oficios, para lugares, para tiempos de ocupación en trabajo, ocio o descanso. Cuantos mas datos fijos consten en nuestros archivos cerebrales más seguridad (y acaso mas aburrimiento), menos sorpresas, todo controlado.
Tal vez a causa de ese afán delimitador del entorno es por lo que cada cabo de año hacemos repaso y recordamos, como lo vienen haciendo nuestros ancestros. A fin de cuentas y nunca mejor dicho, nuestra vida se va convirtiendo en una sucesión de balances contables de fin de año. Rememoramos lo que hicimos en el anterior e incluso antes, y nos proponemos nuevos logros, metas y objetivos para mejorar, a nuestro modo de ver particular, la existencia que nos ha tocado en el sorteo ilógico e irracional que nunca comprenderemos.
El recurso a la salud, como bastión último del conformismo acomodado del bienestar, comienza el día en que no nos toca la lotería y termina cuando los reyes magos de oriente se vuelven a convertir en un montón de objetos que quieren transmitirte los buenos deseos del que los adquiere para ti, pero se acaban transformando en un problema de alojamiento espacial y sobresaturación material.
Todos queremos que nos quieran, de hecho es lo que más queremos, pero esta manera tan tangible de demostrarlo en la que hemos degenerado, además de ansiedad produce cargo de conciencia, la voz interior nos dice al oído: – no quiero nada, no traigas, no necesito, tengo de todo, no me regales y quiéreme- porque en realidad lo que nos hace falta es simplificar nuestra vida, deshacernos de tantos objetos esclavizantes, compramos más armarios para acumular más cosas, acopiamos, almacenamos, recolectamos y guardamos multitud de enseres que luego nunca sabemos encontrar cuando viene al caso tenerlos.
Y bajo el cuño de tratarse de un recuerdo sentimental olvidamos las valiosas palabras, la mirada y los gestos de cariño de quienes lo depositaron en nuestras manos. Sustituimos el valor del sentimiento por el fetiche.
La ventaja de guardar en el memoria la sensación de ser queridos es mucho más útil que cualquier objeto, no ocupa lugar y viaja con nosotros sin exceder el peso. Feliz fin de año y que el balance nos salga positivo. «Diario Palentino, 31 de diciembre de 2006»