«A golpe de demanda infantil, que es la que más manda en estas fechas»
Qué duda cabe que las fiestas navideñas están especialmente diseñadas para los niños. Son las mentes infantiles quienes más aprovechan estas jornadas de ilusión multicolor y multideseo. El impacto visual de los anuncios, de los escaparates, de las luces de la ciudad, estimulan la imaginación de un mundo mágico recreado en la mentes infantiles que no conocen límites, por eso son capaces de proyectar pensamientos, argumentos e imágenes verdaderamente geniales.
Los cuentos navideños que nos contaban antaño logaño para tenernos quietos un rato en el cuarto de estar, hoy se han transformado en juegos de videoconsola, películas en DVD y otros artilugios inventados por la moderna ingeniería del siglo XXI funcionando a golpe de demanda infantil que es la que más manda en estas fechas.
Sólo un pero, el fomento de la violencia a través de los juegos. Los tiernos y plásticos cerebros de los cachorros humanos, son como esponjas absorbentes de todo lo que se les pone por delante, por eso las sectas con programa de futuro a largo plazo se encargan de la «formación» de los pequeños con el fin de garantizarse un ejército bien doblegado de seguidores sumisos. Pero como eso es harina de otro costal dejémoslo para otro rato.
Como siempre los expertos estudiosos del tema no se ponen de acuerdo y como siempre hay tres corrientes, los que dicen que cualquiera tiempo pasado fue mejor y que la escasez de medios materiales estimulaba en mayor medida la imaginación, los contrarios que alegan que cuantos más medios se pongan a disposición del bebé más inteligencia desarrollan, y los eclécticos terciadores y transigentes que resumen un poco de cada tendencia.
En cualquier caso e «in extremis» ya no se trata sólo de la inteligencia como una cualidad aislada, sino del bienestar general cotidiano, pues seguro que en alguna medida sigue vigente aquél macabro refrán asegurando que «el hambre agudiza el ingenio», el ingenio ¿para qué? ¿Para buscar de comer como el Lazarillo?, no es suficiente, eso no es bienestar, sobre todo cuando se mantiene en el límite de que su carencia afecte al alimento neuronal, como vemos a diario en los documentales de las ONGs.
Y es que está claro que hoy día las distancias sociales ya no lo son en la misma sociedad de un determinado país, sino que tienen diferente ubicación geográfica, hay países muy ricos y países muy pobres. En los ricos un nivel mínimo de bienestar individual es lo normal, es la generalidad, y a quien no llega a ese mínimo nivel general se le atiende en base al principio de solidaridad en aplicación de la justicia social. En los países pobres (los pobres no son los países propiamente sino sus dirigentes y el capitalismo extranjero que explotan injustamente sus riquezas) hay un grupo reducido de la clase privilegiada acumulando en sus manos increíbles fortunas que no reparten ni comparten con sus auténticos dueños naturales: todos los demás habitantes.
Y en el marco de esta injusticia social mundial no se pueden hacer comparaciones de lugar en cuanto a celebración de estas fiestas navideñas. El objeto de ilusión y de deseo en la imaginación de las tiernas mentes infantiles no es el mismo. Mientras nuestros niños, los del rico hemisferio norte del planeta, más que soñar casi exigen su tercera videoconsola o su cuarto ordenador, dos tercios de la infancia del mundo apenas si sueñan con cautela poder tener un huevo duro para cenar en Nochebuena.
Ahora son esos, mas que cuentos pesadillas de navidad, que nos encuentran tiernos y sensibles, porque vemos disfrutar a los pequeños de las familias sacando las bolitas de su envoltorio, colocando los pastores junto al fuego, recogiendo piedritas en el campo para crear ese pequeño universo que se deja mandar. Se erigen, con su alto grado de autoestima, en pequeños tiranos disponiendo el destino de la figuritas cada día, reyes magos que avanzan hacia el portal, lavanderas, herreros y artesanos que hacen incansablemente su tarea, espumillones que cuelgan por todos lados.
Las navidades están diseñadas especialmente para los niños, pero para todos los niños, y mientras no haya reparto justo no habrá paz en el mundo. ¡Felices Fiestas! «Diario Palentino, 24 de diciembre 2006»