Mensajes navideños

«Se oyen voces hundidas en profundos lamentos sobre la pérdida del sentido espiritual originario del calendario»

En muchas ocasiones se dijo que las navidades son para los niños, porque los niños son quienes más disfrutan el mundo de fantasía, los dulces, la brillante decoración y los regalos. Cuando somos adolescentes y jóvenes, la nochevieja supone un extra de permiso de juerga y nocturnidad con la peña. Cuando adultos los regalos y preparativos nos ocupan el pensamiento durante unos días, tan fríos en nuestra tierra, que es mejor pasarlos preparando menús y regalos que haciendo zapping y bostezando.

Todos los años por estas fechas se oyen voces hundidas en profundos lamentos sobre la pérdida del sentido espiritual originario del calendario, dicen que hemos transformado el adviento en vía libre para un desatado y materializado tiempo de sumo consumo. El famoso «vuelve a casa, vuelve por navidad» ya no tiene el alcance lacrimógeno que tenía, entre otras cosas porque la comunicación en las distancias del mundo ya no son obstáculo para estar cerca hablando, viéndose, sabiéndose a diario, cada tarde, cada noche, todos los días. Por otro lado crece la demanda de los famosos destinos turísticos para pasar estos días fuera de casa, en algún balneario, en la nieve, o en lejanas y cálidas costas donde la navidad junto a una playa tropical tiene más bien sabor a piña y a guayaba que a tejados nevados y llorosas zambombas.

Afortunadamente los tiempos cambian, ninguna sociedad es estable ni permanente. Es una suerte que la tele haya de dejado de proyectarnos todos los años aquellas pelis que se repetían inmisericordemente y de las que ya nos sabíamos hasta los diálogos y escenas que venían a continuación; Mujercitas, Patines de Oro, La Guerra de los Botones, y otros similares que proyectaban relatos intimistas y lacrimógenos en los que casi siempre había escasez, niños pobres sin regalos ni leña para las chimeneas del hogar, se moría el padre o la madre o el amigo o el perro. Las lágrimas nos desbordaban a borbotones por las mejillas hasta perderse entre los dibujos del pijama de franela estampada.

El Belén, los villancicos, el mantel de los domingos y la vajilla buena completaban la parafernalia navideña. Nuestras madres cocinaban, felices, toda la tarde para agasajar a sus polluelos, familiares antecesores y colaterales. El grado de consumo era el mismo solo que adaptado a los tiempos. Lo cierto es que los niños éramos, como ahora los son, los protagonistas principales.

Es cierto que nos estamos materializando, pero no solamente en esta fechas sino todo el año. El dinero y las posesiones materiales han ganado terreno a toda otra forma de ambición, de vida o de pensamiento. Poderoso caballero que da y quita todo lo que nuestra civilización aprecia y valora. Pero el mensaje vuelve a ser mismo, es y parece que será siempre el mismo o tal vez aún empeorado: niños con hambre, explotados física y sexualmente, deudas exteriores atosigantes, gobernantes corruptos que dan un paso por encima de los cadáveres infantiles abandonados en la calles de las ciudades y los campos, medicamentos de salvación inalcanzables por su precio abusivo y exorbitado. Mafias, patentes, multinacionales, globalización desequilibrada, la balanza del mundo tiene el fiel atrofiado, el dinero procura el bienestar pero el saco del avaro nunca se llena y lo que debiera estar en un lugar y con un destino está derrochado o acumulado en manos de insaciables que no miran a su lado.

Las navidades son y siempre han sido sobre todo para los niños, y nos acordamos de ellos con ternura, y los documentales se ocupan de ponernos delante de los ojos niños de las calles, niños mineros, niñas canjeadas por lavadoras automáticas en lugares donde no hay ni tan siquiera electricidad para enchufarlas, niños abandonados, maltratados, niños soldados, niños y niñas en talleres de manualidades a razón de once horas diarias, niños intoxicados por el tinte de los telares de las alfombras que confeccionan, niños utilizados en todas las formas posibles e inimaginables de explotación humana, niños con ilusiones y candidez de niños que siempre vienen bien para ser utilizados como escudos humanos.

Ahora que acabo este reflexivo alegato, en mi buzón de correo me encuentro la felicitación navideña de un partido político de Palencia, en su mensaje se contamina, interesadamente y sin ningún pudor, la carta de Carlos a los Reyes Magos. Para algunos nunca hay tregua, ni para con la infancia. Se me vuelven a caer las lágrimas, como cuando era pequeña. ¡Felices Fiestas! «Diario Palentino, 17 de diciembre de 2006»

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