HACIA EL INTEGRISMO

«Libertad, igualdad y solidaridad, son principios irrenunciables»

En estos tiempos en que tanto se habla, algo es algo, de la igualdad de oportunidades y de la necesidad de acercar ya, de una vez por todas, los hechos a los derechos, nos encontramos que en el otro extremo de la argumentación el integrismo fundamentalista político y religioso amenaza con avanzar camino más deprisa en el retroceso que en el progreso.

A nivel mundial la tendencia ultra no cede un ápice, se va constituyendo para las sociedades democráticas en una amenaza que se cierne sobre los derechos humanos conseguidos tras siglos de luchas y revoluciones jalonados de enfrentamientos a injustos privilegios. Tendencias políticas y religiosas que encadenan retahílas de mensajes tiznados de un conservadurismo exacerbado ponen en peligro los más valiosos logros de la civilización humana.

Libertad, igualdad y solidaridad, son principios irrenunciables que visten de una valiosa categoría personal y humana a quienes los valoran y defienden, que dan muestra de la madurez y  formación cultural de un pueblo, que exponen sobre el tapete una visión amplia, generosa y sostenible del universo que nos rodea. Pero junto a la generosidad de que es capaz la humana raza, también se encuentra el otro extremo, el del supremo egoísmo y la alienación, porque no hay movimiento social ni ideología ni programa que no tenga un objetivo próximo o lejano a cumplir. Según cual sea éste así será su bondad o maldad.

Basta con echar un vistazo al marco mundial. Los enunciados políticos se radicalizan dejando en el espacio intermedio entre ambos extremos un campo cada vez más amplio de diferencias de criterio. Cada uno aposentado en su verdad absoluta exige de su electorado un posicionamiento sin condiciones ni análisis, un porque sí de confianza absoluta. El libre pensamiento se mira como enemigo a batir. Todo análisis que fomente la duda se destierra como apestado. Así es la realidad histórica.

Pero junto al campo político está ese otro gran acontecimiento latente, presente y vigente en la historia de las sociedades humanas, el hecho religioso, tan influyente para la humanidad por su calado en la vida diaria de las personas. Las más importantes religiones a nivel mundial viven y perviven gracias a la preservación y defensa a ultranza de su credo. Siempre han ido a remolque y a regañadientes de las sociedades practicantes, avanzando en sus planteamientos mucho más lentamente que el pensamiento de sus creyentes y adeptos, sobre todo en cuanto a usos y costumbres sociales.

Hoy, en la primera década del siglo XXI, el movimiento religioso mundial vuelve a constituirse en cuestión preocupante. Un islamismo tan creciente en feligresía como en integrismo, provoca temor en las sociedades democráticas y avanzadas al mismo tiempo que crea esperanza en aquellas más desfavorecidas y necesitadas. El mensaje es siempre el mismo, todo sacrificio presente tendrá su recompensa futura y toda carencia aquí su holgura allá. ¿Que extraña enajenación puede conseguir que jóvenes con brillantes carreras universitarias se autoinmolen y mueran matando a cambio de un presunto gozoso paraíso en el que serán premiados por una divinidad? Cada acto terrorista aterra a los países ricos y da alas a los desarraigados para quienes conseguir la igualdad y la libertad es una mera ocurrencia solo estimable después de tener paz y pan.

En la historia de nuestro mundo conocido siempre ha habido guerras y crueldades, avances y retrocesos, las fronteras nunca han sido estables, ni las razas, ni los asentamientos  humanos, pero una cosa debe quedarnos muy clara, los logros conseguidos en el respeto a la dignidad humana son intangibles, y los demócratas no vamos a consentir la más mínima merma de los derechos individuales y sociales conseguidos, ni que se vayan empañando subliminalmente bajo el disfraz de argumentos políticamente correctos.  «Diario Palentino, 26 de noviembre de 2006»

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