«La cultura del vino se está viendo amenazada por la del agua, de marca y cara»
La preocupación por nuestra belleza física y la del entorno que nos rodea, así como la cuidadosa dedicación al sibaritismo y la exquisitez en nuestra forma de vida, no dejan de ser superestructuras solamente posibles en un mundo de lujo y abundancia. Las culturas, desde las más antiguas conocidas, han valorado como manifestaciones de modales esmerados y finos las sedas, los perfumes, las especias y alimentos exóticos, los diseños exclusivos y las piezas señeras de cualquier tipo, una lista tan interminable como variada de todo lo que sea de difícil acceso para la generalidad, bien por su escasez, bien por su carestía o por ambas razones como es habitual. Cuanto más singular y superfluo más elegante y deseado, aunque lo que para unas culturas es símbolo de distinción para otras puede ser baladí e incluso repelente.
Y esta reflexión nos lleva a un curioso fenómeno que está sorprendiendo en el mundo del consumo hostelero por que está cambiando algunas viejas costumbres que han sido tradicionalmente símbolo de distinción. Y es en esencia y en resumen que la cultura del vino se está viendo amenazada por la del agua de marca y cara.
Parece que los jóvenes menores de treinta años que acuden a los restaurantes de mantel y servilleta, jóvenes con trabajo cuyo nivel adquisitivo les permite disfrutar con cierta frecuencia de un nivel gastronómico medio, no consumen vino sino que como dicen algunos «gourmet», estropean la comida con refrescos o la deslavan con agua. Y aunque desde el vino de a un euro el litro para el botellón hasta los carísimos caldos de reserva hay una amplísima gama de precios y calidades, la cultura del vino en los más jóvenes está en descenso, algunos incluso confiesan beberlo sin gusto ni placer, solo por el prurito de la moda para completar los modales y formas socialmente destacados.
El increíble mundo del mercado no se va a quedar mirando como cambian los hábitos del consumidor sin crear nuevas fórmulas de negocio como es lícito y corresponde al objetivo de las empresas. Así surgen dos nuevas tendencias, aún en pañales, que intentarán hacer frente exitosamente a este revés en los consumos tradicionales. Una es la venta de agua de marca a altísimos precios.
Ayer en una cafetería no pude por menos que preguntar por un envase del estante que hacía días me estaba llamando la atención sobre su contenido y significado, parecía más bien, tanto por el nombre como por la forma, un recipiente de algún perfume de moda. El amable barman me contó: -Es agua, agua noruega, contiene 33 cl. y cuesta tres euros-. A continuación entre la clientela se abrió un espontáneo y animado debate de opiniones hasta llegar a concluir que por tres euros de agua del grifo, bebes, friegas, cocinas, riegas tus plantas, bañas a tu mascota y te duchas durante muchos días. De lo que se deduce que para ser más chic hay que cambiar el tronío que da gastárselo en un buen vino por jactarse de consumir agua de lejana importación, con denominación de origen y a precios más que sorprendentes. Con razón tiene apariencia de perfume.
La otra cara de la moneda es, además de ahorrar puntos del carné de conducir, que los bodegueros al parecer tienen que ir buscando alternativas a sus productos. Recientemente en un programa televisivo regional uno de estos empresarios del vino relataba que por si acaso esta incipiente tendencia en el consumo se convertía en progresiva y estable, su empresa ya había comenzado a invertir fuertemente en investigación y producción de los derivados cosméticos del vino, que evitan y retardan el envejecimiento de la piel al impedir el ataque de los radicales libres existentes en el aire. Concentrados de vino tinto en todas sus presentaciones cosméticas, desde pastillas o grageas para su ingesta por vía oral hasta tratamientos tópicos en forma de cremas, tónicos, geles y otras variedades al uso compartían estante con las botellas de reserva y crianza de la misma marca. El hombre, que era entrevistado en el estand de una feria del ramo, manifestaba su entusiasmo por el descubrimiento del nuevo negocio y aseguraba que en lo que llevaba de exhibición había obtenido más rendimientos de los encargos sobre estos productos que de su actividad principal de bodeguero de fama. ¡Increíble e imaginativa humanidad! «Diario Palentino, 22 de octubre de 2006»