Diputación: pan y circo

«Mientras tanto los alcaldes de nuestros pequeños pueblos palentinos se debaten impotentes ante la falta de recursos económicos y técnicos»

Las Diputaciones provinciales se crean con la Constitución de Cádiz en 1812. El artículo 325 señala que en cada provincia habrá una Diputación, pero su existencia no se va a consolidar de forma estable hasta mediados del siglo XIX, aunque la variación en el grado de sus competencias a través de los años las llevará a gozar de importante relevancia o de existencia meramente testimonial. La razón de su creación se basaba en un enunciado general: el fomento de las provincias, al que se fueron añadiendo otras funciones tan elementales como imprescindibles, tal es el apoyo técnico y económico a los municipios para que puedan cumplir las competencias que les asigna la ley. Función casi única que puede en el día de hoy justificar un derroche administrativo de tamaña envergadura.

Las diputaciones del siglo XXI gozan de mayor o menor prestigio según un barómetro muy sencillo. Su relevancia será inferior en aquellas comunidades autónomas que se preocupen de la realidad y de las necesidades del ámbito rural, por desgracia no es nuestro caso. El otro factor de medida nos vendría dado por la eficiente gestión realizada por los representantes provinciales, tampoco es nuestro caso.

Mientras los alcaldes de nuestros pequeños pueblos palentinos se debaten impotentes ante la falta de recursos económicos y técnicos para poder hacer frente a los mandatos legales más elementales, para cubrir los servicios mínimos, como es el suministro de agua que todavía muchos tienen que recibir en cubas, o informar una simple licencia de obras, o hacer frente cuerpo a cuerpo a la actual guerra desatada por la Junta de Castilla y León para legalización de las explotaciones ganaderas, en que los alcaldes rurales tienen que pedir ayuda a la Diputación Provincial, que les cobra por informar diciéndoles que se lo cobren al vecino, manifestando la plena ignorancia de lo que ello conlleva en una pequeña localidad, mientras todo esto y mucho más ocurre a diario en la peliaguda gestión administrativa de nuestros pequeños pueblos, los dirigentes provinciales salen a la prensa con una máxima preocupación: conseguir la cabeza de un toro indultado en la feria taurina.

Mientras la creciente ruina económica transciende y contamina todo menos las Ferias gastronómicas y los encuentros de gourmet, cuya degustación ya se nota ostentosamente en la anatomía de sus degustantes, el Servicio de Asistencia y Cooperación a los municipios carece a todas luces de medios efectivos para cumplir sus funciones. No olvidemos que tiene más personal el Gabinete del Presidente que este Servicio que ha de atender a ciento ochenta municipios y más de doscientas treinta entidades locales menores.

El ya denominado «Palacio de las luces y las sombras», según se mire por fuera o por dentro, aloja ya una diputación de mala reputación. Una Diputación que abandona la cultura, se retira de la Fundación Díaz Caneja de la que fuera entidad fundadora, arruina en su totalidad la Universidad de Verano de Casado de Alisal, que fuera conocida ya por un prestigio internacional, teniendo que cancelar cursos mal programados por falta de alumnado y con los gastos ya realizados. Que deja de prestar un mínimo, exiguo y empobrecido servicio de bibliobús al mundo rural. Una Diputación que hace burla del relevo generacional y se enfrenta abiertamente a los jóvenes de la provincia barriéndoles de un solo trazo la posibilidad de sus ya menguadas actividades. En fin, un tal interminable etcétera que daría par escribir un libro entero.

Los actuales dirigentes de la Diputación provincial ya han dicho todo lo que sabían decir, seguramente que se han esforzado en hacerlo bien y han trabajado mucho pero la política no es un campo de prácticas, su procedencia urbana y su desconocimiento absoluto de lo que se traen entre manos les devienen  inoperantes para la función. «Diario Palentino, 10 de septiembre de 2006»

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