“A fin de cuentas Castilla es especialista en la exportación de recursos humanos, cuando la gente se va es para mejorar su condición”
Los ejemplares de la humana raza acostumbramos a estar siempre en dos sillas y mal sentados, debe ser inherente a la idiosincrasia de la especie. Moramos donde podemos, donde nacimos o donde un día quisimos. Construimos nuestro entorno familiar, social y laboral en un lugar determinado y por algún motivo ya olvidado, hasta que en un momento cualquiera el recuerdo del comienzo nos sorprende y querríamos poder pasear durante unos minutos en visita virtual, por el escenario de lo que pudo ser y no fue si en cada bifurcación de la vida en que tuvimos que elegir hubiésemos escogido otro camino, otra opción de tantas como se nos han ido presentado. Estudios o trabajos, lugares, gentes, incluso calles o barrios, toda nuestra experiencia vital se basa en la relación de los acontecimientos, como ya expusiera literariamente Isabel Allende en la Casa de los Espíritus mucho antes de que los científicos llegaran a enunciar la novísima teoría del Efecto Mariposa.
Y todos los años en fecha estival cientos o miles de palentinos no residentes vuelven para respirar el aire de su tierra natal, para vivir las fiestas de su localidad, para saludar a los que nos quedamos, familiares, amigos o conocidos, nos cuentan a grandes rasgos sus bienestares y progresos, los avatares de sus hijos, de sus vidas, para casi siempre dejarnos la sensación de que se vive mucho mejor en otros lares, hay más médicos, más medicinas, más atenciones, mejores convenios laborales, más oportunidades de ascenso laboral, se gana más dinero y el clima es más suave. ¡Qué envidia! (sana, por supuesto). A fin de cuentas Castilla es especialista en la exportación de recursos humanos, cuando la gente se va es para mejorar su condición. Mientras tanto los castellanos viejos de estirpe terca, austera y descreída seguimos aferrados al duro banco contra viento y marea.
Pero la expresión del rostro de unos y otros, de visitantes y de visitados, de huéspedes y de anfitriones, siempre muestra ese doblez del si pero no, bien aunque…, en general si no fuera por… sin embargo en la conversación de contumaz tono convincente nos contamos unos a otros lo bien que nos va en todos los órdenes, tanto si nos fuimos como si nos quedamos, todos vivimos en la zona planetaria del bienestar.
Luego para intensificar esa cercanía, ese compartir entre paisanos, hacemos intercambios culturales más gastronómicos que educativos. Parrilladas, guisotes o variopintas especialidades culinarias son el recurso de demostración didáctica mas socorrido en ésta nuestra glotona sociedad, que sin saberlo intuye que es mejor tener la boca y la conversación ocupada con alimentos que arriesgarse a opinar sobre cualquier tema controvertido, léase política, fútbol o religión, cuestiones hoy en día tan inseparablemente unidas como diferenciadas por variedades regionales. Y es que el pacer un día y otro día hace la boca al gusto del pasto.
Acabado agosto los parientes y paisanos de la diáspora se irán con el buen tiempo como las golondrinas, quedándonos con nuestro largo y cruel invierno, pero nos dejarán sus noticias frescas y sus recuerdos, cada mochuelo a su olivo, no hay otro remedio.
A partir de mañana las calles de la ciudad quedarán desiertas y volveremos a decir aquello de “no se ve un alma”. Será el tiempo de la consabida vuelta a los trabajos, a los colegios, a los quehaceres cotidianos y rutinarios, a recomponer la sableada economía casera. Luego de puente a puente y sigo porque me lleva la corriente hasta diciembre en que abandonemos el trimestre de recogimiento y reflexión para preparar los eventos navideños. ¡Socorro! ¡Que deprisa y que iguales pasan los años! . «Diario Palentino, 3 de septiembre de 2006»