Desde la distancia

El riesgo de que nos gane la mezquindad aumenta a medida que más diminuto sea nuestro mundo y nuestra experiencia vital

La vida propia hay que verla como las obras de arte, por todos sus lados, desde todos los ángulos y perspectivas. Hay que poner metros de por medio, distancia y alejamiento de la implicación. Verla como se ve una película con protagonista ajeno, como si fuese otra persona la que esta viviendo y le ocurren las cosas, para analizarlo sin pasión y sin empatía, simplemente de observadora. La crítica entonces, será objetiva y fría, más real, porque la excesiva cercanía en los acontecimientos impide ser ecuánime, aun con nosotros mismos, e incluso más si se trata de lo nuestro.

Las vacaciones anuales, el tiempo de descanso laboral, se prestan a esta revisión mental, análisis o examen que de vez en cuanto autoevalúa el balance de la propia existencia. Cuanto más lejos del entorno mejor, cuanto más distantes en cuanto a cultura, idioma e incluso geografía, menos sentido dramático tendrán nuestros pesares habituales y cotidianos, mas liviano se hace el devenir del mundo circundante, por que nos damos cuenta y tomamos nota de ser una mera insignificancia en el Universo. Si nos quedamos siempre en el mismo lugar, rodeados de las mismas gentes, de los mismos objetos, olores y sabores, nuestra visión será mínima, ínfima, escuálida. El riesgo de que nos gane la mezquindad aumenta a medida que mas diminuto sea nuestro mundo y nuestra experiencia vital, mas obcecados estaremos en lo nimio, en las cosas pequeñas, en los percances sin importancia de las relaciones con nuestros vecinos o amigos.

Si la cultura es alimento del espíritu, viajar es un pilar fundamental del haber cultural de cada cual. Conocer como viven otros, que comen, como hablan o visten, su forma de relacionarse, y comparar, para conocernos mejor a nosotros mismos, para comprender las propias dolencias, fallos y virtudes. Y es que vivimos en un mundo rico, lleno de razas, de costumbres, de paisajes. Conocerlo a fondo es imposible, pero solamente con atisbarlo podemos darnos cuenta de nuestra grandeza en la especie y nuestra diminitud individual.

Cuando nos asentamos, aunque sea temporalmente, en otro lugar, enseguida percibimos que el homínido del siglo XXI, habitante de la zona del bienestar, es orgulloso y arrogante. Cada cultura, cada civilización, cada raza tiene motivos históricos para mantener su ego, para sentirse grande frente al diferente, pero los habitantes del cuarto hemisférico norte del planeta, además del orgullo nacional o racial estamos convencidos de ser el «factotum» , el no va mas de la inteligencia, de la superación, del éxito, del progreso, del dominio universal, y hacemos uso y abuso de este poderío subyugando de forma belicosa, generosa e incluso solidaria a los congéneres menos favorecidos. Es preciso verlo y vivirlo de cerca para comprender lo que otros necesitan y lo que benéficamente les damos después de haberles quitado todo. Los animales instintivamente mean su territorio para ejercer a su manera actos de dominio, la humana raza también marcamos, con linderas registrales, con guerras invasivas, con intrusiones políticas, inducidas, acuerdos diplomáticos, etc. Nuestro estigma y nuestro éxito son el dominio, pero el instrumento mas directamente sanguinario es la guerra y sus «daños colaterales».

Al igual que en la cultura griega clásica, la música, el teatro y el deporte eran asignaturas obligatorias y básicas para todo ciudadano griego y libre, en la zona del bienestar también debiéramos imponer como asignatura troncal el contacto directo y local con otra culturas, para poder valorar con datos directos tomados de la experiencia que somos muchos y variados, que todas las culturas son ricas, que todas las religiones se parecen mucho en sus fundamentos, que todos padecemos dolor, enfermedades, alegrías y gozos, que una inmensa mayoría de habitantes de este planeta no gustamos de guerras, ni grandes, ni pequeñas, ni internacionales ni locales, ni con el vecino tan siquiera.

Viajar relaja el cuerpo y el espíritu, las expectativas, la ambición, los puntos de vista, la consideración sobre las cosas, rebaja el tono anímico vital. Tal vez porque nos damos cuenta de que se puede vivir con muchos menos bienes materiales y mas paz interior. La fuerza de las personas en cualquier parte del mundo se encuentra en su haber inmaterial, no en sus posesiones terrenales, por mucho que nos guste acumular y hacer despensa, al final los excedentes siempre se los lleva el diablo por otro lado. «Diario Palentino, 13 de agosto de 2006»


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