«Recoger la antorcha de la paz cuando llega el maratón sudoroso portándola es una obligación inexcusable de cualquier gobierno que se precie»
Hay quien se empeña en ser el garbanzo negro del cocido y en seguir quejándose de discriminación. La terquedad a veces no tiene justificación racional, responde más bien a una intencionalidad ulterior. Tachar al otro de racista es una forma cómoda y solapada de seguir aprovechándose de una situación de privilegio.
En el año 1968 ETA mata al primer guardia civil. Nadie en aquella infausta fecha sospechaba que hasta marzo del año 2006 la banda armada iba a continuar matando indiscriminadamente y si piedad mas de ochocientos ciudadanos españoles. A lo largo de estos treinta y ocho años el día a día de España ha estado marcado por el temor, calado hasta el subconsciente individual, a ésta atroz e infame amenaza que lo mismo se dirigía contra políticos que contra profesores, contra miembros de los cuerpos de seguridad o masivamente contra ciudadanos a quienes la mala fortuna puso en el lugar equivocado y en momento inoportuno. Casi cuarenta años quiere decir que casi tres generaciones de españoles han nacido ya bajo esta ignominiosa situación. Nuestros jóvenes han oido hablar de ETA desde que estaban en el vientre de su madre.
A causa de la utilización instrumental del lenguaje el debate abierto en torno a la liquidación de esta larguísima etapa de terror no deja de ser desconcertante y confuso para los ciudadanos. Un gigante asesino agoniza, ofrece su colleja y orgullosamente balbucea un «me muero porque quiero», para dejar en pie al menos algo de su grandiosa indignidad que escenifica esgrimiendo una extinguida espada de fuego humeante, símbolo de lo que otrora fue.
Pero lo que a simple vista puede parecer no fácil, pero sí posible, se complica en su contaminación política. Porque en éste terreno movedizo unos están al santo y otros a la limosna, unos a la representación y otros al descuido para llevarse la cartera de algún entretenido.
Desde luego la oportunidad es única, como nunca una propuesta había tenido tan alto porcentaje de viabilidad. Acabar con el terror, acabar con los muertos, pasar una dolorosa página de la historia de España que nació encadenada a aquella otra cruel página que por fortuna también pasó. Aunque…, donde hay mucho siempre queda y los restos ardientes del dolor quedarán escritos en la tradición oral de muchas familias españolas que guardan entre sus legados sentimentales algún recuerdo del familiar muerto a sangre y fuego , injustamente y por mero capricho de terroristas, gobernantes golpistas y otras especies inmorales.
Recoger la antorcha de la paz cuando llega el maratón sudoroso portándola es una obligación inexcusable de cualquier gobierno que se precie. Luego hay ,quien víctima de la envidia y del calculo de las consecuencias, se asfixia en la propia ansiedad preguntándose ¿porqué no me tocó a mí?, es la eterna pregunta que nos hacemos todos cuando la lotería toca al vecino. Ahí tan cerca, y yo aquí al lado.
A Zapatero le ha tocado el momento histórico, y esperemos que glorioso, de ser el responsable de gobierno en la cronología histórica del fin de la lacra terrorista. Ha recibido el apoyo unánime de los países que conforman la Unión Europea, ha entablado una fuerte alianza con la vecina Francia para llevar a buen término la difícil tarea emprendida. Ha lanzado una oferta de colaboración universal a todos los grupos políticos españoles con representación institucional, pidiéndoles colaboración para remar todos en la misma dirección y con el mismo objetivo.
Y uno a uno los portavoces parlamentarios han ido diciendo SI al Presidente. Todos menos uno, el de siempre. Acebes ha dado como respuesta un exabrupto incomprensible afirmando sin sonrojo que las iniciativas del Presidente del Gobierno son «el proyecto de ETA».
Y los españoles amantes de la paz, que vemos por primera vez y como nunca antes una puerta abierta a la luz del fin de la violencia interna, nos preguntamos: ¿Quién gana con esa actitud obstruccionista? ¿Quien pierde? La conclusión es sencilla, gana ETA, pierde España.
Quedarse fuera de las buenas páginas de nuestra historia es la tónica general de la derecha radical española, tanto como ser protagonista de las páginas oscuras. Y cuando el fin del terrorismo sea un hecho tendrá que inventar Rajoy un referéndum para ponerse del lado de los vencedores, como ha tenido que hacer para redimir el pecado de no votar la constitución española en su momento, en el que hacía falta, en el que era fundamental su aportación, como ahora lo es ganar la batalla a los violentos sin anteponer argumentos rebuscados, pelados y banales que solo intentan desmerecer al otro posponiendo el interés general de todos los españoles.
Una vez más el Partido Popular se queda solo, solo , solo y siempre solo, como lo están los autócratas en su campo quemado circundante. «Diario Palentino, 2 de julio de 2006»