Progres de otros tiempos

«Cuando eran más jóvenes querían cambiar el mundo, pero lo único que lograron al final era no haber cambiado ellos».

Aristóteles dijo que «el hombre es un animal político en medida mayor que la abeja o cualquier animal gregario», y quien se confiesa apolítico es que está en todo o en parte de acuerdo con el estado de las cosas, que no tiene nada que alegar a lo que hay o que delega tácitamente su facultad ciudadana de opinar, lo que  suele dar lugar a un pensamiento conservador de lo conocido.

Gabriel Celaya, aquel poeta proscrito por los temerosos de la libertad ajena, escribió un poema titulado «La poesía es un arma cargada de futuro» y en uno de sus versos decía: «Nuestros cantares no pueden, sin pecado, un adorno», así lo entendimos en nuestra generación, y así lo practicamos quienes podemos y en cualquier ámbito de nuestra vida.

Víctor Manuel y Ana Belén, fueron y son de aquellos que así lo creyeron y trabajaron, y que por su moderación en las formas y su denuncia entreverada en las líneas de sus canciones, han sobrevivido con el mismo éxito el embate de los tiempos actuales tan inmersos en la apatía sobre el mundo circundante.

En los tiempos de la revuelta estudiantil, Víctor y Ana, eran considerados más bien flojeras, a pesar de algunos gestos de protesta dura. Sus contenidos reivindicativos resultaban algo ligeros para las necesidades del momento, aunque precisamente por eso han sobrevivido en el estado de bienestar. Clarificadora declaración la que hicieron en su reciente recital en Palencia, dijeron al despedirse que cuando eran más jóvenes querían cambiar el mundo, pero lo único que lograron al final era no haber cambiado ellos.

Neta definición de lo que realmente ha ocurrido a algunas de aquellas personas, las menos. Y digo algunas porque la mayoría de los «progres» de entonces, hoy no beben vino que no sea de crianza, han cambiado la calle como lugar de lucha social por el mullido césped de los campos de golf, y el coche, por razones de seguridad, ha de ser potente.

Y coincidiendo con estas reflexiones se da la circunstancia de las elecciones al rectorado de la Universidad de Valladolid. A quienes en ella estudiamos en los tiempos bárbaros, se nos venía a la cabeza aquella ebullición política clandestina, en la que los manifiestos de decenas de formaciones colgaban de las paredes pidiendo algo de participación, nos inventábamos un texto de estatutos universitarios en el que los alumnos tendríamos algo que decir o pitar, alguna representación, aunque fuera de oyentes en el claustro. Aquello era como un sueño inalcanzable.

Aprovechando el bombo de las recientes elecciones me di una vuelta por la facultad de Derecho recientemente «modernizada», allí en apenas dos corcheras de poco más de un metro cuadrado, había colgados unos programas electorales y algunos comentarios espontáneos, no más de seis. Eso era todo. Luego la prensa decía que la participación estudiantil en el proceso electoral no había llegado al quince por ciento. Sin comentario.

Por un lado me alegro de que la democracia esté tan garantizada y la participación tan segura que no haga falta ni ratificarla ni defenderla, pero me parece cuando menos sorprendente que los actuales universitarios tengan tan escaso interés en elegir a quien va a tener el poder de decidir sobre la enseñanza que van a recibir, sus posibilidades y medios. A no ser que nuestros jóvenes piensen que todas las opciones son iguales, lo que nos llevaría, en general, a una situación de confusión realmente preocupante. «Diario Palentino»

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