VICTIMAS DE LA XENOFOBIA

En el pensamiento irracional de los animales todo gesto que venga del «otro» ajeno, es sospechoso y por tanto supone un peligro para el propio individuo y los de su grey.

La xenofobia es una reacción tan primaria como la que nos llevaría a morder al vecino que entra en nuestra casa a pedirnos prestado un diente de ajo, o a la ancianita que se acerca a acariciar el pelo de nuestros niños.

Pero teniendo en cuenta que somos seres racionales y hay hasta quien incluso justifica la existencia de Dios en nuestra misma creación, no es de recibo que los «otros» semejantes, por ser de una nacionalidad, raza o condición diferente nos hayan de parecer detestables o peligrosos.

La reciente oleada de robos y atracos por parte de bandas organizadas procedentes de otros países no justifica el medir a todos los extranjeros por el mismo rasero y pretender hacer creer que todos son unos delincuentes. Delincuentes hay en todas partes y de todo tipo.

Véanse los presuntos ladrones de guante blanco de AFINSA y FORUM, letrados, economistas y master en no se sabe cuantas especialidades financieras para ser más expertos y documentados ganster al servicio del latrocinio más atroz, robando sus ahorros a pequeños inversores confiados en la amabilidad y buen gesto de unos agentes cuidadosamente seleccionados y que han resultado tan engañados o más que aquellos.

¿Y que denominación debieran recibir esos americanos USA que por orden de su gobierno tienen como profesión torturar, vejar y maltratar a los presos de Guantánamo?  ¿Son o no delincuentes contra los derechos humanos mas elementales? ¿Y la pena de muerte, menores de edad incluidos? ¿Es o no una forma de delito privar de la vida a otro ser humano aunque se disfrace de una legalidad nefanda?

Delincuentes hay muchos y de muy variopinta condición, todos somos un poco transgresores de las normas porque a veces hablamos por teléfono cuando conducimos o aparcamos donde no debemos. Y aunque no es comparable ni en dimensiones ni en importancia, sí cabe decir que el delito no tiene nacionalidad ni color, ni se puede juzgar a todos por unos cuantos.

El mundo está desajustado, el desequilibrio interregional a escala planetaria está conllevando al fenómeno de la transmigración, porque ya no se trata de individuos aislados que salen de sus lugares de origen, son auténticas porciones de población de esos países las que intentan salir huyendo y venir a probar fortuna a los territorios del bienestar supremo. No los llaman los papeles ni la tierra prometida sino que los empuja el hambre. Este fenómeno migratorio sin precedentes en la historia nació con las multinacionales colonialistas, era algo cantado ya por los demógrafos y sociólogos desde hace más de treinta años. La causa la sabemos aunque no queramos verla, si les llevamos su parte en el pastel que por justicia natural les corresponde, ellos vienen a buscarlo.

Pero en contra de lo que parece vienen a buscarlo con humildad, dispuestos a trabajar en lo que aquí nadie quiere, a tener los hijos que nosotras, las aborígenes no queremos parir porque nos estorban en la buena vida, futuros trabajadores que sin duda alguna nos pagarán la pensión, por egoísta que suene el argumento.

Los habitantes del Mediterráneo siempre tuvimos fama de acogedores, de hospitalarios, de integradores. El mar multicultural nos hizo abiertos y liberales pero algo está pasando en nuestros enfoques que llega incluso a provocar enemistades entre nosotros mismos, España contra España, contra vascos, contra catalanes, estigmatizaciones incomprensibles por su incongruencia. ¿Quién alienta este discurso cerril y trasnochado?

Si este panorama vivimos en el interior de nuestras fronteras no es fácil acoger a los de fuera con semblante diferente. Argumentos planos y simplistas están denigrando la llegada de los desarraigados, se está culpando a justos por pecadores, a la mayoría por una minoría. No debemos dejarnos llevar por planteamientos retrógrados y selectivos que crecen como la mala hierba, o correremos el riesgo de llegar a ser algún día las víctimas de nuestra propia actitud discriminatoria. «Diario Palentino, 28 de junio de 2006»

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