De los frutos nacidos de las mentes geniales se beneficia la humanidad entera. De los seres defectuosos también ha de hacerse cargo la humanidad entera
En aquellos países (los ricos) en que el estado de bienestar es un hecho social general para toda su población, los descubrimientos científicos y el progreso médico van alargando la esperanza de vida humana hasta límites impensables. Lo que hasta hace pocos años se consideraba vejez ahora es una situación vital de plenitud. El ejercicio físico, la buena alimentación, la sanidad pública para todos y las buenas condiciones de vida en todos sus aspectos prolongan la salud, la actividad y el bienestar.
Pero no hay cara sin cruz y el reverso de estas óptimas condiciones y posibilidades se refleja en un incremento de las minusvalías, desde las más insignificantes hasta las más severas. Es a estas últimas a las que dedico mi reflexión, a esas que se encuentran en sus manifestaciones más extremas, cuando las carencias psíquicas, sensoriales o funcionales se traducen en prolongaciones artificiales de estadios más o menos vitales llamados genéricamente “vida” y que han llevado al nacimiento de una nueva controversia sobre la delimitación ética aplicable a lo que tradicionalmente se entendía por vida, por muerte y por muerte en vida.
Así nuestra población va incrementando el número supervivientes nacidos en precarias condiciones de salud que no hubieran sobrevivido en el curso natural de los acontecimientos sino a causa de la aplicación de medidas de salvación con efectos no bien calculados, o ancianos desconectados del mundo real que emprenden un irreversible camino de regreso hacia la ignorancia primigenia más absoluta del ser humano, o adultos de todas las edades prisioneros de su propio cuerpo, conectados a máquinas insufladotas de parcelas más o menos angustiosas de vida etérea.
Pero además ésta cruz propia para el sujeto pasivo que la malvive prolonga sus aspas de sacrificio hasta aquellas otras personas del entorno que sufren viendo sufrir o degradarse a sus seres queridos, y poniendo a su servicio su propia vida establecen un juego contagioso de limitaciones vitales. Y así aparecen en nuestra festejada sociedad del bienestar la figura de las nuevas esclavas familiares, cuya trayectoria vital se trenza de renuncias a proyectos propios para ponerse al servicio incondicionado de estos familiares cuya vida/muerte se prolongó aquél infausto día de autos o se mantiene permanentemente de forma artificial “sine die”.
Son muchas las voces que en el debate sobre estas consideraciones suelen alzar una voz agresiva y levantisca en defensa a ultranza y sin paliativos de presuntas criaturas divinas ubicadas en las más altas escalas de carencias de sus características humanas propias, aunque muchas de ellas sean más bien producto de experimentos pretenciosos no todavía bien contrastados. No se puede defender en niveles teóricos la vida a ultranza y luego en flagrante incoherencia desentenderse de esas precarias vidas abandonadas a su nefasta suerte, como suele hacer la doctrina conservadora clásica.
De los frutos nacidos de las mentes geniales se beneficia la humanidad entera. De los seres defectuosos también ha de hacerse cargo la humanidad entera. La nueva Ley de Dependencia aprobada por el gobierno puede ser un paso de gigante si se aplica correctamente por las comunidades autónomas. Esperemos con optimismo e ilusión que así sea. «Diario Palentino, 7 de mayo de 2006»