“Vamos colocando a cada nuevo conocido en su compartimento, el que le corresponda según su conducta y según nuestro parecer subjetivo”
Dicen los psicólogos, sociólogos, etólogos y otras hierbas de igual o similar especie, que la impresión causada por una persona en otra al conocerse por primera vez, es muy difícil de sustituir. O lo que es lo mismo, si te pillan en zapatillas, con los rulos puestos y sin maquillar, por mucho que hagas después, siempre te recordarán de aquella manera en que te vieron en aquél infausto encuentro.
Por deducción natural y sin tanto estudio ya hace años que lo descubrió y verbalizó un mozo casadero de la Valdavia quien aseguraba que le gustaban más las forasteras que las paisanas, pues a las mozas del pueblo las veía a diario realizar sus faenas provistas del mandilón, de modo que por mucho que se arreglaran el día de la fiesta siempre se le ponía entre medias la imagen cotidiana que las representaba con aquel atuendo talar del resto del año.
Por estas razones las presentaciones suelen ser tan protocolarias, mesuradas, comedidas y reglamentarias, pues cualquier palabra inusual o gesto fuera de lo habitual será analizado por la otra parte con rigor y meticulosidad. Las fórmulas de cortesía suelen servir de cómodos y convencionales escudos defensivos ante el inevitable olfateo instintivo que compartimos con los otros animales. -¡Hola!, ¿Qué tal? -Bien ¿Y Vd.? -Mucho gusto. –Encantado de conocerle-. Ni una pista para saber más sobre ese “otro” congénere que no podremos clasificar, de momento, como inofensivo o peligroso, como amigo o enemigo, como simpático o como borde.
Pero después de ese primer encuentro pueden sucederse otros con mayor o menor asiduidad, intensidad y duración. Y así vamos colocando a cada nuevo conocido en su compartimento, el que le corresponda según su conducta y según nuestro parecer subjetivo. Después de ésta clasificación cada contacto posterior segregará en nuestro organismo un tipo de sustancia que dependerá de la reacción que nos provoque su cercanía, podrá ser de agrado, miedo, asco, gusto, simpatía, repelencia, placer, curiosidad, interés, etc. Y a medida que nos vamos conociendo en mayor grado con otras personas estas sensaciones pueden cambiar e ir evolucionando a mejor o a peor.
Entonces y a medida que se vayan descubriendo los defectos éstos interferirán o no en la consideración que tengamos de cada persona. Por ejemplo que un personaje se descalce mientras trabaja me podrá molestar si trabaja junto a mí, pero si es el locutor de la radio que da las noticias me da igual dónde y cómo tenga los pies mientras me lo cuenta. Que a otro se le caiga la baba cuando bebe, es irrelevante si su relación conmigo es laboral y telefónica.
Y así sucesivamente, lo que nos lleva a la conclusión de que a mayor confianza mayores defectos a la vista y más confiado despliegue de los mismos, con el consiguiente riesgo de: ¡Como somos amigos y ya nos conocemos, pues me aguantas!
El trato superficial, de cortesía, de trabajo, de vecindad o de grupo social, suele ser, aunque comedido, bastante simple y sin complicaciones. Sin entrar en profundidades cualquiera es majo. Es como un vestido que ves puesto en el maniquí del escaparate, luego entras te lo pones y sales espantada y confusa. Esto mismo puede ocurrir cuando nos conocemos más de la cuenta con algunas personas, nos horrorizamos mutuamente y nos gustaría dejar la relación unos pasitos más atrás, antes de que la confianza diera asco. ¡Y Quién sabe como van a resultar las cosas antes de que sucedan!
Por otro lado el tiempo y las circunstancias nos cambian. Las zonas comunes se diluyen con el paso de los años. Cambiamos física y mentalmente. Por eso nuestra existencia está plagada de gentes que desfilan en procesión interminable a lo largo de nuestra vida y en niveles de mayor o menor cercanía. A medida que tenemos más historia que contar más personajes nos pueblan los recuerdos, con cada uno de ellos tuvimos en algún momento una relación personal, intransferible, inigualable, irrepetible, como lo somos nosotros mismos, singulares, rara avis”. “Periódico CARRIÓN, 16 de marzo de 2006″