Hemos tenido la gran suerte de hacer realidad el costoso sueño
Y en el siglo XVIII los mineros de Gales (Gran Bretaña), deciden poner ruedas a los carretones y deslizarlas por unas planchas metálicas que al eliminar la fricción facilitan el desplazamiento hasta la salida de la bocamina con destino al transporte fluvial.
A partir de entonces el camino de progreso hacia la utilización integral del ferrocarril es inexorable. En 1804 un ingeniero de minas aplica la máquina de vapor a unos cuantos vagones y con ello se da un paso sin retorno. Inglaterra como pionera de la Revolución Industrial fue quien primero aplicó estos avances en materia de transportes por raíles tanto para mercancías procedentes de las actividades extractivas como de personas. En el continente europeo la puesta en marcha tampoco se hizo esperar. Los franceses abarcaron grandes proyectos de sus “chemins du fer”. Las rutas del acero en centroeuropa marcaron un progreso sin precedentes.
España, lastrando su consabido retraso en apuntarse al avance tecnológico, también incorporó este sistema de transporte aunque más tardíamente. Y para empezar nuestra primera instalación de estas características se construyó en la colonia de Cuba para comunicar Guines con La Habana y además con la peculiaridad de un ancho de vías especial y diferente, se dice que para evitar una posible invasión francesa por vía ferroviaria en caso de conflicto.
La aportación del ferrocarril al crecimiento económico es incalculable. El transporte de mercancías primero y de personas después hizo crecer o mermar núcleos de población y amplias zonas geográficas. La instalación de nuevas industrias se ubicaba en torno de de la vías del tren. Los itinerarios se construían desde los puntos de producción hasta donde iban destinadas las mercancías.
Son muchos los casos en que la población creció en torno a las estaciones y en ocasiones incluso la ciudad o el `pueblo originarios mermaron en favor de los núcleos urdidos en torno a las estaciones.
Un vistazo rápido a nuestra provincia nos pondría de manifiesto como los lugares jalonados en torno a las rutas ferroviarias de más afluencia han tenido históricamente un mayor crecimiento económico y demográfico, o han disminuido menos su población en épocas de receso.
Una población comunicada por caminos de hierro no puede renunciar a su vía sin caer en la irresponsabilidad. La integración del ferrocarril en los núcleos urbanos es el sueño de las ciudades que conocen su historia y tienen visión de futuro. Nuestras vecinas y castellanas Valladolid y Burgos son buena prueba de ello.
Los llamados trenes de cercanías, otorgan la posibilidad de acercarse a los grandes núcleos de servicios, centros de comercio, de sanidad. Para los estudiantes no es nada despreciable la utilidad, estos trenes les permiten seguir viviendo en sus hogares y cursar estudios pudiendo elegir en la amplia oferta educativa de las ciudades próximas con escasa inversión de tiempo y dinero.
El tren otorga una autonomía personal incomparable. Aún hoy el entorno rural aloja un elevado número de mujeres que no disponen de permiso para conducir o de permiso del marido para la libre o prioritaria disponibilidad del vehículo familiar para desplazarse. El tren no requiere ninguna capacidad especial para poder ser utilizado. No es preciso un permiso de viajero ferroviario ni tener papeles actualizados.
En las medias y largas distancias, poder tener la estación a cinco o diez minutos de la puerta de casa es un privilegio irrenunciable, anima a no coger el coche para viajar lo que supone un importante acicate para hacer uso del transporte público. Conseguir conservar el ferrocarril en el centro de la ciudad, soterrado en sus tripas como otros muchos servicios públicos: colectores, canalizaciones de agua, televisión, telefonía, etc. Es el sueño de toda ciudad que se precie de querer subsistir, crecer y haber optado por la decisión clara de no morir.
Querer sacar el ferrocarril de la ciudad no puede ser más que un argumento torticero que oculta su segunda intencionalidad. Querer dejar a los palentinos aislados de las líneas ferroviarias traduce cuando menos un sentimiento de desinterés por que esta ciudad se mantenga, es matar sus posibilidades de crecimiento y de progreso, es pretender para Palencia algo que ninguna ciudad del entorno se plantea ni por asomo.
Hemos tenido la gran suerte de haber conseguido hacer realidad el costoso sueño de hacer desaparecer ese obstáculo divisorio de la ciudad que en un tiempo no lejano sirvió incluso de división clasista de la ciudad. En lo que no somos muy afortunados los palentinos es en ser representados por algunas voces que se levantan contra ese gran beneficio en interés general de la ciudad y a favor de no sabe qué intereses extraños, por incomprensibles, para los moradores de la ciudad y su amplio alfoz. La pregunta es: ¿Quien gana sacando el tren de la ciudad? Porque quien pierde es lo que tenemos claro. «Diario Palentino, 19 de febrero de 2006»