Crece la ansiedad al contemplar lo bien que viven otros congéneres del planeta y lo mal repartido que está el mundo.
Los actuales arabistas y estudiosos del Islam, aseguran que las civilizaciones sometidas a esta creencia religiosa se han quedado históricamente retrasadas al menos cinco siglos. No solo no hay evolución hacia formas sociales mas avanzadas y liberales sino que el integrismo crece de modo alarmante y se extiende como las malas hierbas bajo la siembra deliberada de un odio visceral y activo contra un occidente poderoso y no islámico.
Se nos ponen los pelos de punta al ver en estos últimos días las imágenes de cientos de preadolescentes chiítas procesionando ensangrentados y portando en sus pequeñas manos anchos cuchillos para autolesionarse en conmemoración del duelo de Ashura, luto por el sacrificio del Imán Husein, nieto de Mahoma, en el siglo VII y a la sazón origen de la impertérrita y permanente lucha interna entre chiíes y suníes por la dirección espiritual del Islam.
Desde nuestra perspectiva europea y veintunesca, esas escenas nos provocan desazón, miedo, repudio. Unos niños sin apenas uso de razón que son capaces de hacerse cortes en la cabeza para que la sangre les inunde el rostro en honor de su héroe religioso, son cuando menos futuros camicaces, bombas humanas dispuestas a estallarse por alguna causa que merezca la pena desde su enajenada visión de un mundo que desconocen.
Y si nos hacemos de cruces es por cuestión del tiempo real en que ocurren estos aconteceres no por la barbarie y crueldad del sacrificio, pues quienes procedemos de culturas de tradición católica aún hemos tenido ocasión de presenciar autoflagelaciones, ver cilicios e incluso haber sufrido las recomendaciones sobre las bonanzas que para la purificación del cuerpo tenía el uso de semejantes artilugios.
El problema está en la extemporaneidad. Cada día tenemos que presenciar en aquellas latitudes violencia callejera, explosiones en las ciudades, cadáveres rodando por el suelo a decenas, mujeres gritando con bebés heridos en sus brazos. ¿Cómo no van a querer hacer desaparecer a los demás si se matan entre ellos, si no aprecian su propia integridad física? Escenas producto de la sinrazón, la visceralidad y el radicalismo procedentes de una rabia compulsiva contra fantasmagóricos enemigos que les roban desde la comida hasta los sueños. Así se lo hacen ver los imanes, para no perder el control y mantener los ánimos exarcebados, la Guerra Santa siempre en marcha. Las masas enfebrecidas son mucho más manejables que la serenas y relajadas capaces de analizar y hacer crítica presente la razón.
Económicamente el mapa religioso del Islam abarca grandes extensiones de pobreza o al menos de una pésima distribución de las riquezas entre los habitantes de un territorio. El estrés que crea la necesidad de sobrevivir en condiciones de penuria es también un medio apto para la exasperación. Los anuncios de la televisión, de la Coca Cola y de la Kodak llegan a todas partes, pero la posibilidad de adquirir los productos proclamados es irreal. Crece la ansiedad al contemplar lo bien que viven otros congéneres del planeta y lo mal repartido que está el mundo.
La batalla de las viñetas ha sido un aviso a navegantes. Algunos musulmanes ya residentes desde hace tiempo en países europeos dicen haber moderado sus reglas espirituales para adaptarlas a las pautas sociales de la comunidad que los acoge, pero luego a la hora de la verdad los hechos sacan a la calle la peor cara del integrismo islamista.
Todas las constituciones europeas sin excepción, a tono con todas las declaraciones de derechos humanos y como no podía ser de otra manera, condenan taxativamente la discriminación por motivos de raza, sexo, religión, etc. pero cuando los racistas que se autoexcluyen son ellos, los demócratas de la vieja Europa, concienciados y voluntariosos contra viento y marea tenemos que hacer verdaderos esfuerzos para no caer en la tentación de estigmatizarlos y tenerlos en diversa consideración. «Diario Palentino, 12 de febrero de 2006»