El grito en el cielo

Si hay un problema continuado la solución no está en protestar airadamente un solo día para llamar la atención y hacer el papelón “necesario”

No se si los ciudadanos estamos tan ocupados entre el fútbol y los programas rosa, que no nos damos cuenta de que “entre col y col, lechuga” de pronto nos bombardean con informaciones varias e inconexas que tienen el objeto de impresionarnos o sorprendernos contándonos cosas que de sobra sabíamos desde hace años.

Y así tan atareados en el vete y ven del trabajo, la familia, el entretenimiento y los ratos de esparcimiento social, al oír semejantes declaraciones en tono exclamativo, al primer impulso pensamos en echarnos las manos a la cabeza y exclamar: ¡Oh, Dios mío! ¡Qué barbaridad!

Normalmente la noticia muere en esa primera impresión de la fase inicial y pocas personas se paran a analizarla, destriparla y entenderla un poco más. Es el efecto mediático de la crónica masticada lista para tragar, sobre todo y con mucha más facilidad si es escuchada en vez de leída.

Por ejemplo, hace unos días podíamos atender en una emisora de radio como un representante de la Cámara de Comercio (candidato ahora en fase electoral), aparentaba alarmarse del abandono que sufría la provincia, del letargo, del adormecimiento, de la regresión, o expresiones similares, y de pronto hasta quienes somos conscientes desde hace años de la situación tuvimos la tentación de santiguarnos y clamar al cielo ante semejante aserto.

Pasado ese primer instante de furor nos dimos cuenta del artificio. El descrito no era un escenario novedoso, sí pavoroso, preocupante e inquietante, pero esa alarma tendría que haberla denunciado el dicente muchas veces y durante muchos años pasados, seguido de una exigencia incesante y no como un acaecimiento de ahora, ni como un descubrimiento reciente, sino como una deficiencia continuada y pertinaz producto de una dejadez de decenios. Porque así contado, un mal endémico descuidado parece querer convertirse en el notición, cuando en realidad se arrastra como un ciempiés desde el siglo anterior.

Pero por si la primicia fuera de poco tamaño, a renglón seguido un diputado provincial del equipo de gobierno, ni corto, ni perezoso, asegura convencido que el problema de la provincia a efectos de turismo rural es la falta de plazas hoteleras. Y ahí se queda, sin conclusiones ni propuestas. ¡Eureka! Otro hallazgo de un defecto ya viejo y endémico, de muchos años.

Claro que como hay quien quiere matar moscas a cañonazos, tal vez haya también quien pretenda resolver el problema del atraso, de la languidez, del adormecimiento y del abandono, de la despoblación al fin de nuestra provincia, con el fomento del turismo rural, que desde luego no está mal fomentarlo, pero no arregla ningún problema de fondo, en su caso parchea o puede ser complemento de medidas mucho más importantes en cualidad y cantidad.

Y tal vez esa hiperactividad en materia turística sea un disfraz ante la incapacidad de otras gestiones mas audaces y operativas para crear empleo y fijar población en la provincia, sobre todo teniendo en cuenta que tal vez se gaste en promoción mas que lo que se produce, y entonces es para partirse de risa. Habrá que hacer cuentas.

Pero como “hasta que no pase el último cura no se acaba la procesión”, es pronto para hacer balances, ya llegará la hora nona de cada cual. Mientras tanto quienes siguen poniendo el grito en el cielo a diario y con razón, son los habitantes de la provincia, que se quejan ya con generalidad de que quienes tanto hablan, solamente se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena, es decir en periodo electoral o “algo quiere la coneja cuando mueve las orejas”.

Si hay un problema continuado que crece, que se agranda, que va a más, la solución no está en protestar airadamente un solo día para llamar la atención y hacer el papelón “necesario”, sino todos los días del año, exigir a quien está ahí para remediarlo, y a diario, con contundencia y eficacia en todos los foros competentes, sea Estado, Junta o Diputación, gobierne quien gobierne en cada cual.

Sólo de este modo se podrán justificar las permanencias en determinados cargos y su alto costo para los ciudadanos que pagan con sus impuestos y con sus cuotas obligatorias. Lo demás son milongas orquestadas para quedar bien y no hacer nada más que política estratégica disparando siempre al mismo lado con armas ajenas. ¡Ah! Y como reza el refrán: A Dios rogando y con el mazo dando, que a nadie nos regalan nada. «Periódico CARRIÓN, 31 de enero de 2006»

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