Las palabras están agotadas en sus contenidos. Conseguir la paz y el pan para todos es posible, exijamos.
En todos los idiomas se pregona la necesidad de paz, de solidaridad, de justicia social. Todas las religiones del mundo ensalzan la espiritualidad por encima de los bienes materiales, la generosidad como virtud y como don y la empatía con el que sufre, pero estas buenas intenciones, estas declaraciones de principios que en sí tienen un importante valor a efectos de concienciación, no sirven ya como palabras continentes de un impulso instigador.
Las palabras están agotadas en sus contenidos, están ajadas, nos hemos hecho a escucharlas en tantos idiomas y en tan variadas formas, en multitud de sinónimos y eufemismos, en reflexiones, sermones, meditaciones, indicaciones y penitencias que apenas nos suenan hueras e inexpresivas. Tanto ir el cántaro a la fuente, acaba por romperse.
La culpa, que nunca fue soltera anda desperdigada de un lado para otro como vaca sin cencerro. Los gobiernos solventes y poderosos dicen que en los países subdesarrollados hay demasiada corrupción y malversación y que por eso no es operativo condonarles la deuda, puede que en parte se verdad. Los gobiernos de allá alegan que los poderosos les explotan las riquezas, se lo llevan a lo vivo a cambio de calderilla y míseros planes de ayudas de fomento al desarrollo que venden mucho mediáticamente y suponen poco en los cómputos anuales de ayudas a la cooperación internacional, seguro que tienen razón.
Y en medio de este entrecruce de alegatos verbales, de encuentros, conferencias, programas y otros bonitos propósitos, dos tercios de la población de nuestro rico planeta pasa hambre y miseria, niños, mujeres, ancianos, etc. se mueren de frío, de enfermedades simples, el SIDA se extiende de forma alarmante, como un ángel exterminador mientras los laboratorios y los gobiernos occidentales se niegan a renunciar a una parte de los suculentos beneficios que proporciona la venta, a precios elevados, de unos medicamentos que pueden evitar tanto dolor a otros seres humanos.
Treinta y siete conflictos bélicos en marcha provocan no solo la muerte sino la destrucción de la producción, de la posibilidad de obtener alimentos, los hombres jóvenes mueren en los frentes, las mujeres sufren todo tipo de padecimientos, las infraestructuras desaparecen para muchos años venideros. ¿Y quien gana con ello?, Los gobiernos y magnates dueños de la industria armamentística y empresas auxiliares que luego también, vendiendo imagen de salvadores, se benefician de la reconstrucción.
Ya es tiempo de acabar con la charlatanería y con las fotos. Es tiempo de los hechos, de que los países más poderosos y ricos de la tierra pongan sus cartas sobre la mesa y descubran su juego. Llegó la hora de dejar de ver en todos los canales de televisión madres escuálidas portando a sus hijos desnutridos en trapos colgados a la espalda y rodeadas de un silencio sobrecogedor, el silencio que precede a la muerte.
Y nosotros los europeos del mundo del bienestar, calentitos, confortables, rodeados de ilusiones, de regalos, de turrones y marisco, de bienes materiales a tutti plen, apartamos estos malos pensamientos tan feos y contaminantes y nos entregamos con denuedo al disfrute total. Pero antes de comer, pensemos, ¿Hemos hecho los deberes para con nuestros hermanos humanos? ¿Que hemos aportado cada cual este año para disminuir un poquito el nivel de desequilibrio mundial? El balance de fin de año será un buen punto de partida para mejorar en el próximo. Conseguir la paz y el pan para todos es posible, exijamos.
Venturoso 2006, un buen año para la paz en el mundo. «Diario Palentino, 18 de diciembre de 2005»