¿CRECEN O AFLORAN?

«Hay quien está confundiendo el aumento de casos de malos tratos con el mayor número de denuncias»

En unos casos por deliberado interés, en otros por ignorancia, lo cierto es que en algunos círculos de opinión estamos asistiendo a un confusionismo de versiones que hace mucho daño a la causa de la igualdad real, no virtual, entre hombres y mujeres y por tanto a unos aspectos de la justicia que están por llegar.

Escuchamos ocurrencias como que las últimas medidas legales aprobadas en defensa de las mujeres contra los malos tratos están causando mayor violencia. Hay quien está confundiendo el aumento de casos de malos tratos con el mayor número de denuncias. La diferencia de concepto no es sutil, es más bien gruesa.

Partimos de que los tiempos de la barbarie están a la vuelta de la esquina, en demasiadas ocasiones da la impresión de que tan solo han sido superados en los niveles teóricos y en cuestión de formas externas. Las mujeres, los niños, y otros individuos considerados débiles de la comunidad por no disponer de la fuerza bruta masculina para luchar contra las fieras, eran tratados como seres inferiores y  así se puso de manifiesto en los primeros pasos de las regulaciones legales. La primitiva civilización romana consideraba a las mujeres capiti diminuidas, es decir incapaces legales para regir sus propios destinos y por tanto adheridas al hombre en una dependencia total. Como ya nadie desconoce, según los mandatos de El Coral todavía hoy los estados confesionales de religión musulmana consideran a la mujer propiedad privada de su padre, hermanos varones y esposo sucesivamente; esa concepción transciende todos los aspectos de la vida de las mujeres, desde la vestimenta hasta la propiedad privada pasando por la vida cotidiana.

Son muchos siglos de injustas diferencias, los restos de aquellas mentalidades no son arcaicos, permanecen vigentes aunque semiocultos en lo más recóndito del pensamiento de muchos hombres que presumen verbalmente de comprensivos, igualitarios y demócratas porque queda bien, porque está de moda, por no parecer retrógrados y antiguos, pero en su fondo inconfesable subyace el deseo más intenso de mantener y conservar el poderoso estatus hombre a todos los efectos, aunque haya que camuflarlo de disfraces y disimulos. Un guiño aquí, un poco triguillo allá, y muchas palabras, eso si, palabras, palabras, que son gratis y se desdicen fácil y camufladamente con otros actos que las ignoran.

Y como asegura nuestro dicho castellano: «De aquellos polvos vienen estos lodos».  A los maltratadores no los han inventado las leyes de igualdad, ni la legislación en defensa de las mujeres contra la violencia de género, ni crecen por la difusión mediática de los casos de malos tratos. Maltratadores hay y ha habido siempre, conocidos y en la sombra, en especialidades de torturas físicas y psíquicas, teóricos, prácticos y por omisión aunque no por falta de ganas, en muchos casos solo reprimidas por el que dirán o el temor a la denuncia pública.

Aunque es cierto que abunda la buena gente y la gentuza es minoría, no perdamos de vista que los superpoderes facilitan los excesos. ¿Quién puede saber el número de mujeres maltratadas en este país hace cincuenta años? Ni por aproximaciones. Las casas se quemaban sin que se viera el humo. ¿Cuántas mujeres han sufrido palizas mordiendo una toalla gruesa en la boca para no gritar y evitar ser oídas por personas ajenas que luego lo comentarían causándolas, además, vergüenza? Solo ellas lo saben. ¿Y a donde iba una mujer maltratada en España hace  tan solo cincuenta años e incluso menos?

Parece una burla machista escuchar que las facilidades para la denuncia han causado un incremento en el número de malos tratos, cuando lo que en realidad está pasando es que  afloran los malos tratos antes ocultos y acallados. Rigor, caballeros, menos demagogia y rigor.   «CARRIÓN, 16 de mayo 2005»

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