«Cuando un hombre sale en defensa a ultranza de las mujeres, casi siempre está quitando la voz y la palabra a quienes corresponde realmente su propia defensa»
El gallo en el gallinero canta el primero. Y por mimetismo tal vez, o por costumbre, en la misma dinámica que ese pequeño mundo animal nos siguen robando la voz y las palabras. Hablan por nosotras, para no perder el hábito y el poder. Ellos, los hombres, siguen auto delegándose en sí mismos nuestra imagen y nuestra voz. Quieren seguir defendiéndonos para demostrar su hombría y su valor; antes nuestro honor, ahora nuestros derechos, cualquier cosa les viene bien para darse a valer. Pero todo con la boca pequeña, porque está de moda y queda bien aparentar ser un hombre moderno, demócrata de toda la vida, «tolerante» con la igualdad. La convicción profunda es harina de otro costal.
Ellos nos reconocen adultas y capaces, dicen que somos mayores, que sabemos lo que queremos, y a veces suena como cuando dices a un niño de cinco años: «Estás hecho un hombretón». Cuando un hombre sale en defensa a ultranza de las mujeres, casi siempre está quitando la voz y la palabra a alguna, o a muchas, incluida la propia, a quienes corresponde realmente su propia defensa.
La confusión y la incoherencia es el sino de nuestros tiempos en el mundo del bienestar. Los pioneros y auto nominados guardianes y creadores de la defensa de los derechos humanos y de las libertades públicas son los principales fabricantes/vendedores de armas y patrocinadores de guerras (Ej.: USA, Francia, Gran Bretaña). Los pacifistas y neutrales (Ej.: Suiza) llenan sus arcas con los pingues beneficios que dejan libres las industrias químicas y laboratorios farmacéuticos vendiendo a precios prohibitivos los remedios que buena parte de la humanidad necesita para sobrevivir. Conservadores de todas las banderas religiosas se contradicen con sus propias proclamas cada tres, cuatro o siete días. Al clero de las púrpuras y los terciopelos se les salen las orejas del gato de la cesta muy a menudo. Sobre firmas comerciales solidarias y la explotación del trabajo infantil en su producción, mejor ni hablamos.
Nuestra cultura humana mundial se ha asentado sobre la base de la desviación de la palabra por el lado opuesto a la realidad. Sería ingenuo pensar que en nuestro tema de igualdad las mujeres íbamos a tener mejor trato. Debemos agradecer a los hombres sensibles y concienciados que se pongan del lado de nuestra causa, pero también es nuestra obligación desenmascarar a los voceros que solo buscan para su beneficio huir del denostado calificativo de machista. Diferenciarlos es fácil, basta con observar el trato que dan a la suya. Según sea éste así será el valor y la coherencia de sus palabras.
Serrat canta un tema basado en un poema de Mario Benedetti, que dice en su primera estrofa:
Una mujer desnuda y en lo oscuro
tiene una claridad que nos alumbra
de modo que si ocurre un desconsuelo
un apagón o una noche sin luna
es conveniente y hasta imprescindible
tener a mano una mujer desnuda.
Desde luego el tratamiento del tema no puede ser más sexista, si bien a la creación artística se le permiten ciertas licencias. Pero salvando las distancias, el mimetismo con este axioma ha sido adoptado últimamente con carácter general en todos los ámbitos de la sociedad. Por si nos acusan de discriminadores, de machistas, o «in extremis» de talibanes, siempre es bueno tener dispuesta una mujer florero para mostrarla, para que decore la mesa o diga las conveniencias que conviene decir en cada caso. Una mujer desnuda de rebeldía, obediente y recatada, sumisa al fin.
Las formas de hurtarnos la voz se han ido haciendo cada vez más resistentes y sibilinas, como los virus de última generación. El remedio tiene que ser cada vez más sofisticado y contundente. «Diario Palentino, 6 de marzo de 2005»