Disciplina y sumisión

«Todas las mujeres del mundo, en diversos grados, nos hemos visto compelidas a ser sumisas ante las razones, o simplemente, órdenes indiscutibles de los varones de la familia»

En todos los ámbitos de poder individual o colectivo, sea social, político, económico, docente o estamental, se tiende a crear una confusión entre actitudes de disciplina y actitudes de sumisión exigibles a los que ocupan rangos inferiores en el escalafón. Cualquier diccionario de la lengua española al uso diferencia claramente el contenido de ambos términos, pero en la práctica quien maneja hábilmente el lenguaje en su interés pretende denominar disciplina cuando lo que está exigiendo es sumisión.

La disciplina puede suponer la preexistencia de leyes, ordenamientos o normas más o menos severas que son previamente conocidas y de necesario cumplimiento para quien se ve obligado por ellas. La disciplina honra y da valor a quien la porta, supone un autocontrol personal, una decisión sobre la administración del propio tiempo y de las propias opciones, un ejercicio de responsabilidad que se puede trasladar a cualquier campo, no solo el militar o de los estados religiosos, si no en cualquier profesión o compromiso adquirido. El ser disciplinado otorga una categoría valorable a su personalidad que le permite mirar de frente en cualquier circunstancia.

Bien distinto es el contenido al que alude el término sumisión. Sometimiento a alguien, al juicio de otro, acatamiento, subordinación manifiesta con palabras o actos.  Sumiso es quien aún consciente y a sabiendas de una situación, decisión u orden injusta o con la que está en desacuerdo, sin embargo se plega a ella, pone la colleja para recibir la descarga, orienta sus pasos, decisiones, actos y palabras en un sentido externamente marcado por ajenos. Se suele equipar el sumiso con otros términos tan variopintos y de tan diversas connotaciones como borrego, blando, humilde, manso, mego y obediente.

Las razones de la sumisión pueden ser tan variadas como la imaginación. Subyugación, necesidad, interés, supervivencia, costumbre, comodidad. En cualquier caso el hecho de la sumisión supone auto inmolación de la propia personalidad en favor de la voluntad de otros, instrumentalizarse para cumplir un fin ajeno y tal vez incluso no compartido, es mostrar permisividad en la anulación del yo. El sumiso no mira ni se le mira a los ojos.

Este confusionismo, unas veces inconsciente o consuetudinario y otras deliberadamente pretendido y provocado, se produce casi siempre en niveles de desigualdad personal y en el marco de situaciones preponderantes : empleador-empleado, adulto-niño, países ricos-países pobres, docente-discente y hombres-mujeres en todos los círculos de relación.

El lenguaje tiene sus trampas y los habilidosos cuentan entre sus cualidades la utilización aviesa de éste. Estamos llegando a un punto en que el desarrollo del lenguaje y las técnicas de expresión se han convertido en armas letales. La demagogia y la mentira, instrumentos tradicionales de engaño manifiesto y deliberado, se amplían descontroladamente con el voraz progreso de las ciencias de la venta y del engaño, originariamente llamadas de la publicidad o de la información antes de ser desprovistas de toda moralidad y quedar reducidas a mero instrumento al servicio de cualquier poder, casi siempre económico. De nuevo el que paga manda, y hasta los términos del castellano se ven repercutidos por lo que el poder quiere que digan las palabras.

Pronto vamos a celebrar de nuevo la fecha anual que recuerda al mundo la situación de desigualdad en que vivimos las mujeres. Si hay algún sector de la sociedad que vivió, vive y vivirá en sus propias carnes la sumisión, ese es el colectivo de mujeres. Todas las mujeres del mundo, en diversos grados, nos hemos visto compelidas a ser sumisas ante las razones, o simplemente, órdenes indiscutibles de los varones de la familia. Muchas lo han aceptado sin rechistar, tal vez para evitar males mayores, otras con «reservas mentales» a efectos de anestesiar el fuero interno puramente, y por fin las más rebeldes, negándonos a sucumbir a la inmolación caprichosa y autoritaria, aún al precio de crear circunstancias disarmónicas o de ruptura.

Las mujeres tenemos pues que abrir muchos los ojos y estar a las diferencias terminológicas y conceptuales, porque las fuerzas malignas del poder  se disfrazan de cualquier cosa aparente con tal de mantener su preponderancia. Ojo avizor y afinando.   «Diario Palentino, 27 de febrero de 2005»

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