LIBRES

«Nadie, por mucho que nos quiera o diga querernos, nadie por mucho ascendente que tenga sobre otros, nadie puede presionar, coaccionar ni empujar a hacer o no hacer, a decir o no decir, a votar o no votar»

Así es la democracia. Un domingo soleado o no, de cualquier fecha del año, la urnas nos brindan la posibilidad de elegir entre votar o no, entre el si y el no, entre unas y otras opciones. Y ese es, precisamente, el valor de la democracia, la libertad de participar.

Hubo tiempos, no lejanos, en que esa opción no existió en nuestro entorno. Quedan  hoy en pleno siglo XXI, un número indeterminado de países que desconocen unos comicios en toda regla.  En algunos ni se plantea la posibilidad, ni se pregunta a los ciudadanos, ni se considera que el poder emana del pueblo y los gobernantes actúan por mandato temporal. En otros más avezados y con presuntuosos aires de modernidad dicen convocar y celebrar comicios pero luego la pulcritud en el proceso brilla por su ausencia y todo se convierte en una parafernalia de cara, casi siempre, a los observadores extranjeros.

En cualquier caso y trátese de cualquier contenido, la decisión no es baladí. Cada uno de nosotros tenemos una idea de cómo nos gustaría que fuera el mundo que dejamos a nuestros hijos. Tal vez ninguna formación política, ninguna opción predeterminada  nos resulte del todo congruente con nuestra línea de pensamiento, quitaríamos tal o cual aspecto, limaríamos otro o añadiríamos algún que otro matiz, pero como somos conscientes de que en cada cabeza con una idea sería inejecutable cualquier proyecto común, asumimos con nuestra decisión aquello que más se asemeja a lo que pensamos.

Esta es una valoración tan personal como intransferible. Es fruto de una decisión en solitario, de cada uno consigo mismo, única e individual. Nadie, por mucho que nos quiera o diga querernos, nadie por mucho ascendente que tenga sobre otros, nadie puede presionar, coaccionar ni empujar a hacer o no hacer, a decir o no decir, a votar o no votar.

En cada proceso electoral convocado el dispositivo de ejercicio del derecho de participación se activa. Las urnas ocuparan sus lugares, los miembros de las mesas cumplirán rigurosamente su cometido en la jornada. Las fuerzas de seguridad ciudadana velaran para que el día transcurra con normalidad y se cumplan los objetivos del cauce participativo. Como una máquina de relojería cada pieza del engranaje rotará y se encajará en el paso procedimental siguiente hasta la obtención del resultado.

En las fechas inmediatamente anteriores cada ciudadano  ha experimentado, vivido y ejercido su libertad de acuerdo con su propio criterio. Es una responsabilidad importante de la que derivarán consecuencias a medio o largo plazo.  Y después, al final de la jornada y a la vista de los resultados, en el fuero interno de cada uno se producirá un sentimiento de haber ganado o de haber perdido, según la decisión adoptada. Así es el juego de la libertad. «Dirario Palentino, 20 de febrero de 2005»

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