«No solo de pan vive el hombre, y la balanza del placer y del dolor ha de estar equilibrada en la vida de cada persona para que sea justa»
Formados e informados los habitantes humanos de la tierra, hasta en los más recónditos y a apartados lugares se conoce y teme los devastadores efectos del SIDA. En días pasados las cifras dadas a conocer sobre su alcance geográfico y propagación nos hacían estremecer. Hemos oído datos como: «Afectado un tercio del continente africano», «el sida es como si hubiera un tsunami cada tres semanas por el número de muertes que provoca», » el uso de condones implica conducta sexual inmoral».
Pero además de velar por la necesidad de la propia conservación también cuenta la libertad. Si alguna divinidad, que no sea la propia naturaleza, hizo al hombre y a la mujer, desde luego y a la vista de la experiencia, les dotó de placer y de dolor. Aquello de que a ésta vida solo venimos a sufrir, es una máxima para que los pobres de espíritu se conformen con lo poco que se les da de lo mucho que les corresponde del pastel común porque hay otros, que camuflados bajo diversas banderas y discursos, se llevan a lo vivo su ración y la ajena, y no estoy hablando solo de bienes materiales. No solo de pan vive el hombre, y la balanza del placer y del dolor ha de estar equilibrada en la vida de cada persona para que sea justa.
Don preservativo, pequeña porción de látex ligero, desenrrollable y lubricado, ha pasado a ocupar la categoría de un nuevo protagonista demonizado y proscrito por ser el causante de todas las penas del infierno. Su utilización, señoras y señores, es una perversión moral.
Viendo las cifras demográficas de los últimos veinticinco años en nuestro país, los augures intérpretes de la voluntad y el dogma divinos deben estar que saltan de alegría, porque a juzgar por el tamaño de las mini familias actuales, cada vez debe haber menos pecadores que practican sexo.
Se ve que antes, nuestros padres se pasaban el día pecando y por eso éramos familias numerosas de las de un hijo cada año, es decir con la bombonera siempre ocupada y procreando hijos para el cielo y para la patria. Hasta que fuimos cinco hermanos en cinco años y mis padres se plantearon que pronto no íbamos a caber en casa y comenzaron a comprar preservativos en el puerto de Barcelona hasta que años más tarde los vendiera en Palencia el hoy difunto Fausto, a quien se debiera haber hecho un homenaje por su anticipación a la prevención sanitaria cuando nadie hablaba de ello, y por supuesto por su aportación al placer seguro de los palentinos.
De modo que mientras el sida avanza haciendo estragos en la raza humana y, sobre todo y como siempre, en los ámbitos más míseros y necesitados del planeta, en las mujeres y en los niños, las compañías farmacéuticas quieren ganar mucho dinero con los tratamientos y las vacunas. Ese mercantilismo lo denuncian las onegés no los guardianes de la moral.
Pero lo más curioso es que el debate sobre el placer carnal se superpone a cualquier otra prioridad de razón humanitaria y saca de sus tumbas los ecos de voz de aquellos viejos inquisidores de película que en el Tribunal del Santo Oficio predicaban virtud para luego en la intimidad mortificarse el cuerpo con la práctica de todo el elenco de pecados habidos y por haber.
No estamos en las cavernas, somos ya un mundo maduro, formado e informado. Hasta en los ámbitos más pequeños de nuestras vidas trabajamos por objetivos, eso quiere decir que sabemos ordenar nuestra actividad, nuestro tiempo y nuestro entorno para ir consiguiendo poco a poco aquello que nos hemos propuesto y que es lo que queremos. El integrismo, sea del credo que sea, precisa para su arraigo y crecimiento un caldo de cultivo de ignorancia, de alienación mental e incluso de dominación física o política. Afortunadamente ese sarampión ya le pasamos. Ahora los españoles tenemos la mente flexible y el pensamiento capaz de analizar, podemos comprender y comprendemos que dentro de la libertad personal de cada cual nadie se puede meter a opinar y mucho menos a imponer. Y sólo esa es la guía fundamental de nuestro respeto debido a los demás. «Diario Palentino, 23 de enero de 2005»