VENDER A LOS HIJOS

«En nuestro sobrado mundo, no hay nadie capaz de imaginar qué sentimientos puede tener una niña de quince años, madre de un bebe de cuatro meses, que a saber como le ha caído encima y  sin tener nada para comer «

¿Cuánto cuesta un hijo? ¿En compra o en venta? ¿En qué lugar del planeta? No podemos echarnos las manos farisaicamente a la cabeza porque los noticieros digan que ha sido ahí cerca, en la mismísima España. ¡Oh no!, aquí no pasan esas cosonas.

A todas horas vemos entre emisiones, el anuncio de una ONG que muestra una niña jugando en el suelo de una cabaña tropical mientras su madre con mirada lastimosa la augura un futuro ya decidido, en la escena siguiente una impecable lavadora automática ocupa el lugar de la niña, pero como los personajes son de «allá», de otra raza y latitud, pues no nos escandalizamos. ¡Los bárbaros infieles son capaces de cualquier cosa!

-¡Nada menos que en Almendralejo, eso sí, la ciudadana era extranjera, y a saber quien era el padre de la criatura, una menor y acompañada de otra menor también preñada, vaya usted a saber lo que andarán haciendo por las calles. Mmm¡- dice la vecina cotilla en su análisis improvisado de la situación y ante las preguntas de los reporteros.

Una menor que ofrece vender a su hija menor y está acompaña de otra menor embarazada, son en resumen cuatro problemas de muy difícil solución en la miseria. El pecado mayor de todas, tener hambre. Pero la justicia lo arregla todo enseguida, separa a la hija de la madre y las interna en diferentes centros. Es de esperar que en medio del revuelo de papeles, declaraciones y firmas de fiscales, jueces, testigos, asistentes sociales, sicólogos y otras hierbas, no se les olvide ofrecerlas comida antes de acabar el expediente que habrá de decidirlo todo sobre sus futuras vidas. Porque lo que se dice preguntarlas, a ellas, a las interesadas, es poco probable.

Siempre ha habido migraciones, en solitario o en masa, siempre en nuestro planeta ha habido lugares mas favorecidos frente a otros deficitarios. ¡C’est la vie! El clima, las pestes, las malas cosechas, los incendios, las guerras, las catástrofes naturales y otras desgracias fueron la moneda corriente para nuestros antepasados en la historia. Hoy un tercio del planeta ha superado aquellos eventos tan desagradables, pero los otros dos tercios se han quedado anclados en la Edad Media.

Y esas gentes pobres, tristes y débiles, quieren venir a vivir con nosotros, para tener comida y calor, atenciones en la adversidad y medicamentos, educación y seguridad, y nos traen hijos y ganas de tenerlos para remozar nuestra envejecida población, y traen sus manos y su saber para aquellos trabajos que los habitantes del tercio rico, no quieren hacer.

El campamento en el que vivía la pequeña madre eslava que ofrecía en venta su hija, no tenía desperdicio;  sobre un solar de cascotes unos trozos de plástico sujetos en unos  palos atados con cuerdas, y debajo una numerosa y hambrienta familia mirando impasibles a los fotógrafos curiosos. ¿Que puede pasar por sus cabezas? Desde el suicidio colectivo hasta el atraco a mano armada.

Sinceramente creo que en nuestro sobrado mundo, no hay nadie capaz de imaginar qué sentimientos puede tener una niña de quince años, madre de un bebe de cuatro meses, que a saber como le ha caído encima,  sin tener nada para comer ni para dar de comer a su hijita. Si le añadimos la imposibilidad de comunicarse y pedir ayuda oficial por el desconocimiento del idioma y de los vericuetos burocráticos, irremisiblemente nos encontramos ante cualquier intento de salir del paso de formas, digamos,  poco convencionales. Desde que estamos insertos de la eurozona nos hemos hecho todos muy comedidos y formales. Antes éramos el ser tal cual (latinos) y llamábamos al pan, pan y al vino, vino, ahora nos preocupa el deber ser frío e hipócrita (han ganado la baza los europeos de las zonas frías).

Juzgar a la niña, otra vez el problema es de las mujeres que se quedan preñadas de los propios parientes que con ellas conviven bajo el sotechado de plásticos. Otra mujer en el laberinto, cuando la desempapelen ya será mayor de edad y su hija habrá sido dada en adopción, previo pago de una tasa mucho mayor de los trescientos euros que pedía, y tal vez la familia elegida no sea mejor que la que ella intuitivamente encontró para su niña.   «Diario Palentino, 17 de octubre de 2004»

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